DOMINGO DE RESURRECCIÓN


La Resurrección de Cristo nos abre a la esperanza. ¡Cristo ha resucitado! El Señor ha vencido al mundo, al pecado y a la misma muerte. El mal no es quien tiene la última palabra en la historia de los hombres. La luz de Cristo disipa todas nuestras oscuridades y nuestras sombras. Celebramos la Pascua de Cristo, es el día más grande de todo el año cristiano, el domingo de los domingos, el centro de nuestra fe. ¡Si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe! El sepulcro vacío testimonia por sí mismo el cumplimiento de las promesas de Cristo. Hay un antes y un después de este acontecimiento. Nuestra fe se fundamenta en este hecho fundamental: la Resurrección. Ella testimonia que verdaderamente Cristo es el Hijo de Dios y que su palabra es verdad, que él es el camino, la resurrección y la vida. Por eso Pablo dirá que los que hemos muerto con Cristo al pecado y hemos resucitado con él a una vida nueva, debemos aspirar a los bienes de allá arriba dónde está Cristo y no a los bienes de la tierra. Nuestra esperanza está colmada en el triunfo del Señor y su Resurrección es esperanza de nuestra propia resurrección y del paso de esta vida mortal a la vida eterna junto a Cristo. Que la alegría de este día santo se prolongue durante toda la cincuentena pascual y nos haga vivir la fe con esperanza y gozo.

SÁBADO SANTO


Hoy los cristianos permanecemos en silencio delante del sepulcro de Cristo en espera de la gran fiesta de la Resurrección. Permanecemos en vela, en oración, meditando, contemplando el misterio de la Pascua de Jesucristo, su Pasión, Muerte y Resurrección. Hoy no se celebra la Eucaristía, no está el Señor en el Sagrario para la veneración de los fieles, no se celebra oficio alguno, todo permanece silencioso, hasta las campanas por un día dejan de tocar. Jesús yace en el sepulcro. Todo permanece inmóvil, hasta el tiempo parece distinto y que se ha detenido. Estamos espectantes. Todo va a renacer en la solemne vigilia de esta noche. Fiesta de las fiestas para los cristianos. El centro del año litúrgico. Celebración de la Vida frente a la muerte, de la gracia frente al pecado, de la luz frente a las tinieblas. Pero por el momento aguardamos en ayuno y en oración, preparando nuestro corazón para este glorioso acontecimiento. María, la madre de Jesús, nos enseña a aguardar el cumplimiento de las promesas de su hijo. ¿Cómo aguardaría la Virgen que se cumpliera lo que había dicho Jesús: Al tercer día resucitaré? Seguramente podemos imaginar que en recogimiento interior, en oración, en la intimidad con Dios Padre de misericordia y Dios de todo consuelo. Poniendo todo su ser en sus manos. Repitiendo como lo hizo en Nazareth: He aquí la esclava del Señor. ¡Hágase en mí según tu palabra!

VIERNES SANTO


Hoy escucharemos de nuevo la lectura solemne de la Pasión según San Juan, como cada año,  la liturgia nos invita a meditar y a contemplar el momento cumbre de la entrega del Hijo de Dios por cada uno de nosotros. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo. Has sido rescatado al precio de la sangre de Cristo. Aquellos judíos presentes en el Pretorio dijeron a voz en grito que cayese la sangre del Justo sobre ellos y sobre sus hijos. Lo dijeron para forzar a Pilato a condenarlo a muerte y como una burla cruel ante el castigo del cielo que no esperaban, pues tan seguros estaban de la culpabilidad de Jesús. Y sin embargo dijeron lo que debían decir y nosotros los cristianos también decimos, aunque lo dijeron con otro sentido del que nosotros le damos. ¡Sí! Que caiga la sangre de Cristo sobre nosotros y nuestros hijos, generación tras generación, para que seamos purificados con la sangre del Cordero inocente de todas nuestras culpas. Su sangre nos ha redimido y nos ha liberado de la esclavitud del pecado como en tiempos antiguos, la sangre untada sobre las jambas de las puertas en Egipto, alejó de Israel la plaga del ángel exterminador. ¡Sí! Que esa sangre preciosa nos limpie de nuestros pecados y al mismo tiempo nos embriague de amor divino. En este precioso cuadro del pintor Nicolaes Maes (1634-1693), contemplamos la escena de Jesús ante Pilato, cuando éste, se lava las manos ante la condena a muerte del Señor. Pilato ha querido salvar a Cristo pues sabe que sus enemigos se lo han entregado por envidia. El gobernador distingue algo en aquel hombre que le inquieta y desconcierta. No es como los demás. Guarda silencio ante las graves acusaciones, responde con firmeza y señorío cuando lo hace y durante el interrogatorio da la sensación de que el reo se ha convertido en juez y el juez en reo. Mi reino no es de este mundo ha dicho Cristo, el poder que tienes sobre mí te ha sido dado de lo alto. También su esposa le ha advertido de que en sueños ha sufrido mucho por causa de este hombre y le ha rogado que no le haga daño. ¿Qué hacer? Pilato se encuentra en medio de una lucha de intereses, de una conspiración para acabar con la vida de Jesús. Sabe por experiencia que los testigos son falsos, comprados por unas monedas, que Jesús no ha hecho nada digno de muerte contra Roma, que todo se reduce a cuestiones y disputas religiosas entre los judíos, cosas que a él no le atañen a no ser que pongan en peligro la paz de la ciudad y de la provincia. El tumulto crece, las voces se encrespan y alzan, los dirigentes judíos le rodean con insistencia alzando sus puños y gritando una y otra vez sus acusaciones contra este hombre. ¿Qué hacer para soltarlo y apaciguar al mismo tiempo a estos hipócritas que pretenden forzarme a dar muerte a un inocente? La estratagema de querer soltarlo haciendo que eligiesen entre Jesús y Barrabas, un criminal de la peor calaña, no he servido nada más que para enfurecer más a la plebe. Ni siquiera el mostrar a Jesús azotado y coronado de espinas, ha servido para contentar al gentío y a los dirigentes del pueblo. Pilato duda, titubea, y los sumos sacerdotes y ancianos, astutos y expertos en reconocer tras el rostro del romano su incertidumbre y debilidad, le asestan el golpe definitivo. Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz, había dicho Jesús a sus discípulos. El mal es astuto como lo fue la serpiente, el padre de la mentira, ante Adán y Eva. Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Bien sabían ellos el punto débil de Pilato. Por la acusación de blasfemia, un asunto religioso, poco estaban consiguiendo de un romano pagano que despreciaba su Ley y a sus Profetas. No podían esperar que un incrédulo gentil se doblegara ante argumentos de fe, pero ante la tesitura de perder su puesto, de poner en juego su carrera política, eso ya es otra cosa. Todo el que se declara rey está contra el César. Este es el dardo que necesitaban para doblegar la voluntad del gobernador. Al fin Pilato cede. Ellos que odian al César, lo usan ahora como argumento contra Jesús. Pilato da por fin su brazo a torcer y condena a muerte a Jesús. La vida de un inocente no vale para él más que su buen nombre, que su puesto de gobernador de Judea, que su carrera política, que el temor al castigo por parte del César, si a éstos judíos les da por ir con sus denuncias a Roma. Pilato se lava las manos, y en este cuadro de Nicolaes Maes, mira al espectador, mira hacia el que contempla la escena como diciéndonos: ¿Y tú que hubieras hecho? Nosotros hacemos muchas veces lo mismo que Pilato. Nos lavamos las manos ante la injusticia, el mal y el pecado del mundo. Ante la muerte del inocente. ¡Cuántas veces entregamos a muerte a Jesús! La comodidad, el miedo al compromiso, el que dirán, los respetos humanos, los intereses personales, el egoísmo, la vanidad, lo bien visto, los cálculos y componendas de los hombres, la tibieza, el descreimiento, la frivolidad, la impureza, el orgullo, lo mundano, ... , todo puede más que la Verdad en nuestro juicio. ¿Y qué es la Verdad?, preguntó Pilato. Nosotros sabemos que la Verdad es Cristo, no nos lavemos las manos de nuevo ante él.

JUEVES SANTO


San Juan nos trasmite el relato del lavatorio de los pies por parte de Jesús a sus discípulos durante la Última Cena. Es un gesto de profunda humildad del Señor hacia ellos. El mismo Hijo de Dios se pone a los pies de los apóstoles para darles ejemplo de servicio. ¡Cuánto nos cuesta a los hombres dominar nuestra vanidad y nuestro orgullo! Nos cuesta rebajarnos ante los demás, humillarnos, ceder los primeros puestos y escoger el último, pasar desapercibidos, no contar para el mundo, ser discretos, callados, ..., y todo ésto por amor a Dios y al prójimo. Jesús no ha venido a ser servido sino a servir, sin embargo a nosotros nos gusta que nos sirvan, que nos respeten, que nos aplaudan, que nos alaben, que hablen bien de nosotros, queremos ser alguien, contar para los otros, que nos reconozcan nuestros valores y virtudes, que nos recompensen debidamente, que nos den el puesto que merecemos, ... ¡Qué lejos estamos de verdadero espíritu de Cristo! El cristiano no sigue el camino del mundo sino el de Cristo, y su camino es el camino de la humildad. Cristo, siendo Dios, se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Se despojó de su rango siendo de categoría divina, para pasar por uno de tantos, siendo Dios se hizo hombre, de Señor se hizo esclavo, se anonadó hasta el extremo por nosotros, para darnos vida. ¿Somos nosotros capaces de hacer ésto por los demás? Todavía estamos muy lejos de llevar con propiedad el nombre de cristianos, de discípulos de Jesús. Nosotros buscamos la honra de los hombres cuando lo que deberíamos buscar es hacer la voluntad de Dios. El Señor se pone a lavar los pies a sus discípulos. Una labor que hacían los criados de la casa con sus amos e invitados. Nadie importante o que se tuviera por ello, haría algo semejante, sería una humillación, un rebajarse a lo más ínfimo, era trabajo de esclavos, de siervos. Por eso Pedro se resiste y se escandaliza de que Jesús, su Maestro, el Señor, quiera lavarle los pies a él. Pedro sigue pensando como los hombres, pero no como Dios. También nosotros seguimos muchas veces pensando con los criterios del mundo y por eso no entendemos a Dios y vivimos una fe mundana, vacía, de tradiciones, hecha a nuestra medida y comodidad, una fe que no es fe. El verdadero creyente será siempre un loco para el mundo, un bicho raro, un excéntrico, un exagerado, ... Lo que pasa es que queremos una fe cómoda, una fe humana, que no chirríe, que no se note, que sea lógica, que esté bien vista, que sea "normal", racional, políticamente correcta, que se amolde al mundo y que el mundo la apruebe. Esa fe no es la fe de Cristo. Si fuera así el mundo no hubiese crucificado al Señor, ni perseguido a sus discípulos. Cuando te persigan, te calumnien, te señalen con el dedo, te insulten, te den de lado, te juzguen, se burlen, ..., porque sigues de verdad a Cristo, entonces podrás creer que vives de verdad la fe de Jesús. Quizás no entiendas ésto, quizás estés en contra de lo que lees, sino lo entiendes ahora lo entenderás más tarde. Pedro tampoco entendió el gesto humilde de Jesús. Lo que si entendió fueron las palabras que ante su negativa a ser lavado por él, le dirigió el Señor. Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Pedro entendía de amor. Amaba a Jesús y no podía soportar no tener nada que ver con Jesús. No entendía bien lo que Jesús quería hacer, pero ante la disyuntiva de ser lavado o ser rechazado por Jesús, respondió con espontaneidad y exageradamente como era él. No sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Todo lo que haga falta con tal de seguir en la amistad con Cristo. Así era Pedro. ¿Cómo somos nosotros ante el Señor? Jesús se pone a tus pies continuamente para que te dejes lavar por él. Quiere lavarte de tus pecados, purificarte, y sin embargo, te resistes, nos resistimos a ser perdonados por el Señor. No queremos reconocer nuestros pecados porque nos cuesta ser humildes y arrodillarnos ante el sacerdote que en ese momento es el mismo Señor. Nos cuesta ayudar porque no queremos que nadie nos ayude, nos bastamos a nosotros mismos, somos suficientes. No necesitamos consejos de nadie, ya somos mayores y sabemos de sobra lo que hay que hacer, ... ¡Qué lejos estamos de la verdadera humildad! Que sepamos entender este gesto humilde de Cristo y meditándolo nos de luz para vivir verdaderamente la fe.

MIÉRCOLES SANTO


El Evangelista Mateo nos narra el anuncio de la traición de Judas por parte de Jesús. Aquel que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a entregar. Es uno de los discípulos, un amigo, uno de los íntimos, de aquellos doce que el mismo Señor ha escogido para ser apóstoles. En aquella mesa sólo están los amigos, no hay nadie extraño, ellos son ahora la familia de Jesús como el mismo había dicho. Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. ¡Qué tristeza para Jesús! ¡Qué débiles y pecadores somos los hombres! Todos han visto los milagros de Jesús, sus acciones, su entrega, su servicio, han escuchado sus palabras, han compartido con él desde hace tres años todo, les ha abierto el corazón, ..., y sin embargo, Judas, un traidor por treinta pobres monedas, Pedro, un cobarde dentro de poco ante una criada y unos sirvientes, y los otros, todos huirán dejándolo sólo, todos menos Juan, el más joven. ¿Por qué anuncia el Señor la traición de Judas y la negación de Pedro y también la de los otros discípulos? Jesús no les echa en cara nada, pero sin embargo se lamenta como hombre ante la amistad defraudada. ¿Quizás quiere que ellos se den cuenta de lo que han hecho o van a hacer? Todavía están a tiempo de cambiar, de actuar de otro modo. Tal vez, el Señor quiere darles a conocer que conoce lo que han hecho o van a hacer, y quiere mostrarles que sin embargo los sigue considerando sus amigos a pesar de todo. Espera su conversión. Muchas veces también nosotros traicionamos o abandonamos a Jesús en muchos momentos de nuestra vida. Lo cambiamos como Judas por "treinta monedas", o lo que es parecido, por el que dirán, por quedar bien, por no parecer un beato, por unas horas más de cama, por una excursión, por un programa de televisión, por pereza, ..., ¡por treinta monedas! Por miserias dejamos a Jesús que se da cada día en la Eucaristía por nosotros. No tenemos tiempo para él, pero sí para nosotros y nuestras cosas, incluso para perderlo inútilmente, pero no para Dios. ¡Treinta monedas! Y como Pedro, ¡cuántas veces lo negamos! Somos creyentes pero nos avergonzamos de confesar nuestra fe. Callamos cuando tendríamos que hablar para defender al Señor, a la Iglesia, nuestra fe... ¡Cobardes! Sí, tú y yo, una y mil veces. Cuando llega el momento, la oportunidad de dar la cara por Jesús, corremos a escondernos, con miedo del mundo. ¿Tenemos miedo de que nos señalen con el dedo y nos digan que somos seguidores de Jesús como le sucedió a Pedro? ¿Te avergüenza que digan que vas a misa, que rezas, que eres amigo del cura, que das catequesis, ...? Queremos ser cristianos pero de incognito, de esos que no lo parecen, sin que se note. Amigos de Cristo pero sólo en lo fácil y en el triunfo, nunca en la dificultad ni en la persecución. ¡Señor, haznos valientes y decididos! Que sepamos llorar nuestras infidelidades a tu amistad y que como Pedro y los demás discípulos, sepamos arrepentirnos de nuestras traiciones y cobardías, y demos la vida por tí como tú la has dado por nosotros.

MARTES SANTO


El Evangelista Juan, el discípulo amado de Jesús que reclinó su cabeza contra el pecho del Señor, nos transmite la profunda conmoción del Maestro ante la traición que inmediatamente va a anunciar durante la cena de Pascua. Jesús ama a todos sus discípulos como verdaderos amigos y así los ha tratado siempre, dándoles a conocer todo lo que el Padre le ha dado. Jesús es un amigo fiel y sincero, leal, ... , por eso la traición de sus amigos es lo que más profundamente hiere su corazón de hombre. Quien alguna vez haya sido traicionado por un amigo al que consideraba como tal, puede entender lo que sufrió y sintió Jesús en la Última Cena. Dios se da por entero a los hombres, nos da todo su amor, y sin embargo los hombres, sus amigos, les devolvemos traición tras traición con cada uno de nuestros pecados. Pedro, ante el anuncio de Jesús de que uno de los discípulos le va a entregar, le hace señas a Juan para que le pregunte por quién lo decía. ¡Ah, Pedro! Tú piensas que no eres tú, que el traidor es siempre otro, que tú eres bueno y el mejor de todos, el más valiente y decidido de todos los discípulos. Cuántas veces caemos también en esta tentación de Pedro, de creernos mejores que los demás, de pensar que las palabras de Jesús no van con nosotros, que yo no, es imposible que yo sea un traidor, pero de los otros, no pongo la mano en el fuego por nadie. Cuando Jesús anunció la traición seguramente pasaron por la cabeza de Pedro, uno tras otro, todos los discípulos, y él los fue juzgando y examinando. Yo no soy, Juan seguramente no, quiere demasiado a Jesús para ser él, mi hermano Andrés descartado, Santiago es impulsivo pero de ahí a entregar a Jesús, y además por qué motivo iba a hacerlo, Felipe siempre andaba preguntando por todo a Jesús, pero no puede ser tampoco él, Mateo, el recaudador no me cayó siempre bien, no me fiaba de él al principio, un cobrador de impuestos al servicio de Roma, hay que estar loco para aceptar a alguien así en nuestro grupo, pero Jesús lo acogió con cariño y parece que no le importaba nada su pasado, Simón el cananeo es un exaltado, odia a los romanos pero desde que conoció a Jesús y él lo admitió como discípulo abandonó la lucha armada, no me lo imagino vendido a Jesús a los romanos, ... ¿quién podrá ser? Pedro y los demás juzgarían en su interior a los otros como lo hacemos también nosotros tantas veces. Si hay un traidor siempre es el otro, nunca nosotros. ¡Cómo voy a ser yo un traidor a Jesús! Y sin embargo en la mesa hay no un sólo traidor, sino más traidores. Judas que vendió a Jesús por treinta monedas y lo señaló con un beso. ¡Amigo, con un beso entregas al Hijo del Hombre!, le dirá el Señor en Getsemaní. Judas, el amigo, el honrado Judas, el servicial Judas, que así era tenido por todos, pues con esa plena confianza se le había hecho depositario de la bolsa de todo el grupo. Judas, el traidor. Así ha pasado a la historia. Pero cuando marcha Judas, Jesús señala otra traición, quizás más dolorosa, la de Pedro. Antes que el gallo cante, me negaras tres veces. Pedro, el valiente, el primero de todos los apóstoles, la roca, y ahora, también traidor a Jesús. Muchas veces juzgamos a los demás y no nos damos cuenta de que quizás nosotros también tenemos esos mismos pecados o peores incluso que los otros. Y si no los tenemos ahora, quien sabe si caeremos en ellos en un momento u otro. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pedro juzgó y le venció la curiosidad de saber quien era el traidor, el malo, pero más tarde comprendió que él también lo era, de otro modo quizás, pero también traidor, abandonando y negando a Jesús, su amigo, en el momento más duro y difícil, y todo por cobardía, él que se tenía por valiente ante todos y por duro. Por eso Pedro cuando cantó el gallo, recordó todo ésto y saliendo afuera, lloró amargamente. lloremos también nosotros estos días por las veces que creyéndonos mejores que los demás traicionamos a Jesús por nuestras cobardías, por nuestra tibieza, por nuestras infidelidades, por nuestros pecados y egoísmos. En la mesa había más de un traidor: Judas, Pedro, los demás discípulos que huyeron dejando solo al amigo, ..., y también tú y yo, que nos sentamos a la mesa de la Eucaristía y que a pesar de llamarnos amigos de Cristo lo traicionamos una y otra vez. ¡Señor, te misericordia de nosotros!

LUNES SANTO


El Evangelio de Juan nos sitúa en la casa de Lázaro, de Marta y de María, los tres hermanos que eran amigos íntimos de Jesús. La cena a la cuál asiste el Señor ocurre después de la resurrección de Lázaro. Era seis días antes de la Pascua. El evangelista hace incapié en esta referencia temporal porque María va a ungir simbólicamente a Jesús como anticipo de su sepultura. Estando Jesús a la mesa con sus discípulos, Marta servía y Lázaro estaba al lado del Señor, y María, la otra hermana, toma perfume y le unge los pies a Jesús. El evangelista precisa que era una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso. Toda la casa se llenó con la fragancia. Era un detalle de cariño hacia el Maestro, de amor limpio hacia el amigo. Lavar los pies y manos al invitado y perfumar su cabeza, era un gesto de hospitalidad y un honor que se dispensaba a aquellos a los que se estimaba. Los tres hermanos querían mucho a Jesús y se sentían muy honrados cada vez que el Señor se alojaba en su casa, también Jesús amaba a Lázaro, a Marta y a María. Eran detalles de cariño, de amor sincero, de fraternidad mutua entre los cuatro. ¿Cómo es nuestro trato con Jesús? Me gustaría saber tratar a Jesús con la misma dulzura, amistad, amor, sencillez, espontaneidad, cariño, intimidad, cercanía, fraternidad, ..., con que lo trataban aquellos tres hermanos. Jesús desea ser tratado de esta manera, como un amigo, no como un juez riguroso, como un dios lejano, distante, como una visita inoportuna y molesta, no quiere que le tratemos por compromiso, por costumbre, por tradición, por rutina, ... ¡Qué fríos somos a veces los hombres con Dios! El Señor estaba muy a gusto en casa de Lázaro, de Marta y de María, porque allí había amor. Se amaban los unos a los otros de corazón. Jesús se encontraba entre amigos y podía por eso descansar y ser el mismo, sin protocolos, sin mantener las distancias, sin el corsé de lo políticamente correcto, ... No olvidemos que Jesús es también hombre. ¡Qué a gusto me siento yo también entre los amigos sinceros! Dice la Escritura que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Por eso Jesús a sus discípulos les llama amigos en la última cena, porque les ha abierto su corazón sin temor. ¡Qué importante es la amistad verdadera! Dios quiere nuestra amistad, no nuestra servidumbre, ni nuestra esclavitud. Los santos son los amigos de Dios. Tú y yo estamos llamados a ser sus amigos. Y sin embargo, a la mesa, no todos eran amigos sinceros. Judas, uno de los discípulos, recrimina abiertamente la actitud de María. El evangelista pone cuidado en decir sin rodeos que Judas Iscariote, era el que lo iba a entregar y que además era un ladrón y que no le importaban nada los pobres. Judas se quejó del despilfarro de trescientos denarios que costaba el perfume y que bien podían habérselo dado a los pobres. ¡Cuántos dicen ésto mismo de forma distinta a veces! Usan a los pobres para criticar con dureza a la Iglesia. ¿Para qué tanto templo, tantas joyas, tanta riqueza que tiene la Iglesia? Es posible que en parte tengan razón y que debemos ser más austeros todavía y desprendernos de aquello que es superfluo e innecesario, pero sin caer en extremismos, pues una Iglesia sin medios tampoco podría socorrer como lo hace a los pobres y necesitados. Judas criticaba aquello que él mismo no vivía. También muchos de los que critican a la Iglesia su riqueza quizás tampoco son capaces de repartir lo suyo a los pobres, ni tan siquiera de compartirlo. Hay que huir de la tentación de la crítica descarnada, del pesimismo radical, de oponerse a todo por sistema, de ver solo el lado malo de las cosas, de estar siempre enjuiciando todo y a todos, de querer dar lecciones a diestro y siniestro, de ponerse uno mismo como ejemplo y modelo, de querer aparentar lo que realmente no somos, de creernos mejores que los demás, de creer que lo sabemos todo, de opinar sobre todo, de querer decir siempre la última palabra, ... Señor, ayúdame a ser humilde, que no caiga en la tentación de la soberbia y en el lazo del orgullo. María simplemente se dejó llevar por el amor hacia Jesús, por su cariño hacia él. No pensó, ni calculó, ni midió, ni sopesó, ni planeo, ni dudó, ..., sólo amó y por eso acertó. Judas sin embargo se equivocó. ¡Cuántas veces soy como Judas! ¡Señor hazme ser como María!

DOMINGO DE RAMOS


Con la celebración del Domingo de Ramos comenzamos solemnemente la Semana Santa, Semana Mayor para los cristianos. Estamos a las puertas del Triduo Pascual en dónde celebraremos el Misterio de los Misterios, la Pascua del Señor, el día más importante del año cristiano y el centro de nuestra fe. Hoy acompañamos al Señor en el gozo y la alegría, pero también en el dolor y la muerte. Cristo es aclamado como Rey entrando triunfal en Jerusalén, entre gritos de júbilo con palmas y ramos de olivo. Pronto, esos mismos cánticos y aclamaciones, se convertirán en gritos llenos de furia contra el Hijo de Dios: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Son las dos caras de una misma moneda, la del corazón de los hombres. Gracia y pecado, bondad y maldad, se dan la mano en nosotros. San Pablo lo expresaba de manera maravillosa cuando decía: Dejo de hacer el bien que deseo y me encuentro con el mal que aborrezco. A todos nos pasa lo mismo. Amamos a Dios pero también somos débiles, pecadores, inconstantes, tibios, ... Como Pedro también lo confesamos pero al mismo tiempo, cuántas veces lo negamos. lloramos como él pero inmediatamente caemos de nuevo en los mismos pecados. Es una lucha constante, un combate, el combate de la fe. La carrera que nos dice Pablo que debemos correr hasta el final, sin desalentarnos ni desfallecer para alcanzar la corona de gloria que no se marchita. Hoy se proclaman dos evangelios. Por un lado, antes de la procesión de las palmas y de los ramos, el de la entrada triunfal de Jesús en la Ciudad Santa, después, durante la celebración de la Eucaristía, el evangelio solemnemente proclamado por tres lectores, de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo. En uno la alegría, en el otro la tristeza, en ambos la grandeza y la mansedumbre del Hijo de Dios, su señorío en todo momento. Cristo da su vida libremente, nadie se la quita, por nosotros. Meditemos durante este tiempo los textos evangélicos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Detengámonos en las actitudes de Cristo, de sus discípulos, del pueblo, de cada uno de los personajes de este drama sagrado. Mirémonos nosotros mismos reflejados en ellos. Contemplemos frente a esas actitudes cobardes, tibias, frívolas, blasfemas, malvadas, indiferentes, cómplices, ..., de aquellos hombres, que son muchas veces también las nuestras, las actitudes de Cristo. Su mansedumbre, su humildad, su silencio, su magnanimidad, su entereza, su fortaleza, su dulzura, su misericordia, su entrega, su fe, ... Pidámosle en nuestra oración que las unas se truequen en las otras. Que nuestros corazones se vayan asemejando más al corazón de Cristo, que nuestras actitudes se asemejen a las suyas. Eso es convertirse al Señor, convertirnos en él. 

ABRIRÉ VUESTROS SEPULCROS


El Señor por boca del profeta Ezequiel nos anuncia que él abrirá nuestros sepulcros y nos hará salir de ellos. Así mismo, en el Evangelio de Juan, el Señor hace salir a Lázaro del sepulcro: "¡Lázaro, ven afuera!". También Jesús en otro pasaje llama a los fariseos "sepulcros blanqueados". El Señor no se refiere solamente a los muertos de verdad, sino más bien, a los que están muertos en su "espíritu", es decir, a los que viven y habitan sombras de muerte porque viven en el pecado. En este tiempo de Cuaresma el Señor nos llama a salir de nuestros sepulcros, es decir, de nuestros pecados. A no vivir encerrados en nosotros mismos, en el egoismo, en la autosuficiencia viviendo de espaldas a Dios y al prójimo. ¡Cuántos viven sólo para sí mismos! El Apóstol Pablo nos dice que nadie vive para sí mismo, si vivimos vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor, en la vida y en la muerte somos del Señor. ¿Tú vives para el Señor? Es la pregunta que nos tenemos que hacer en esta Cuaresma. Nos daremos cuenta de que nos falta todavía mucho para poder decir lo de Pablo: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí." Eso es convertirse al Señor. Vivir cada día un poco más para el Señor y para los demás, y menos para nosotros mismos. Jesús vivió así, entregado del todo a la voluntad de su Padre y al servicio de los hombres. El Señor nos dice: ¡Ven afuera! ¡Sal del sepulcro! ¡Sal de tí mismo! Y vive para ser apóstol del Evangelio de la Alegría como nos dice el Papa. Hay que salir de los sepulcros, de las catacumbas, de los templos, ... ¿A dónde? A las plazas y calles, allí dónde el Señor nos pida para anunciar el amor y la misericordia de Dios. ¡Cristo vive! El Señor no es Dios de muertos sino de vivos. Despierta tú que duermes y abre los ojos a la luz de la Buena Noticia que nos anuncia Cristo.  

EL TIEMPO DE GRACIA


El Señor, por boca del profeta Isaías, nos dice: "En el tiempo de gracia te he respondido..." Dios nos escucha siempre y no deja de responder a nuestras oraciones. El Señor es fiel a sus promesas y a su Alianza. El nos llama a vivir en su gracia, a dejar las obras de las tinieblas y a obrar el bien. "Venid a la luz", dice el Señor. Jesús es la luz del mundo, déjate iluminar por él, acude a él que jamás rechaza al que se acoge a su misericordia. Este tiempo de Cuaresma es un tiempo verdaderamente de gracia, el momento de convertirnos de verdad y en serio al Señor, de decidirnos de una vez por todas a seguirlo dónde quiera que vaya, cuando quiera y como quiera. Es el abandonarse con confianza en la voluntad de Dios. Ese santo abandono es el que te traerá la paz y la quietud al corazón. Andamos siempre inquietos y nerviosos por tantas cosas, y es sobre todo porque queremos hacer nuestra "santa" voluntad y deseamos encima que Dios la bendiga. Nuestra voluntad tiene que ser la voluntad del Señor, nuestro querer el querer lo que el quiera, dónde, cuando y como él quiera. El sabe infinitamente más que nosotros y sólo desea nuestro bien. Déjate guiar por el Señor, no seas como el pueblo de Israel del que Dios decía que era un pueblo de dura cerviz e incircunciso de corazón. Sé dócil a la voluntad del Señor, escucha su voz y acude a él con confianza. Como nos dice el Salmo: "El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas". No dudes y verás las maravillas de Dios en tu vida. El mismo Jesús cumplió también la voluntad del Padre para darnos a nosotros ejemplo de como actuar. En el Evangelio el mismo Señor nos dice: "porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió". Ojalá podamos también nosotros decir lo mismo cada día.

ACUDID POR AGUA


La antífona de entrada de la misa dice: "Sedientos, acudid por agua -dice el Señor- venid los que no tenéis dinero y bebed con alegría." El Señor es ese agua que nos sacia a nosotros los sedientos. ¿Quién no tiene sed? Unas veces será la sed material de las cosas de este mundo, otras veces la sed de cariño, de ser comprendidos, de ser aceptados, de que nos escuchen, de ser felices, ... , y también y sobre todo, la sed de eternidad y de felicidad sin fin, que es Dios. Esa sed sólo la puede calmar el Señor, y lo hace gratis, sin pedir nada a cambio, por puro amor hacia ti. El te dice: "Ven a mí y sáciate de mí, bebe de mí con alegría y sin temor." El agua del Señor sanó mi enfermedad dice el canto. Es el Espíritu Santo que se derrama en nuestros corazones como un torrente en crecida. Es la visión de Ezequiel que contempla cómo desde el templo manaba agua hacia Levante. El agua del Señor, el agua de su Espíritu, el agua de su gracia que recibimos en los sacramentos y que va sanando y dando vida por donde pasa. "Bajarán hasta el Arabá y desembocarán en el mar, el de las aguas pútridas, y lo sanarán." La gracia del Señor sana nuestro corazón pútrido, lleno de pecados, y lo sanará con su misericordia. Allí donde desemboquen esas aguas habrá vida en abundancia, a su vera crecerá los árboles y darán frutos, no se marchitarán sus hojas, ni sus frutos se acabarán, su fruto será comestible y sus hojas medicinales... Así es aquel que se ha sumergido en el agua de la misericordia de Dios, que a sanado su corazón con la gracia del Señor, tendrá vida en abundancia, dará frutos de buenas obras, será alimento de vida y medicina para sus prójimos con el testimonio de su propia vida porque trasparentará al mismo Señor y hará sus mismas obras y aún mayores, como dice el mismo Cristo. La aclamación antes del Evangelio nos dice: "Oh Dios, crea en mí, un corazón puro. Devuélveme la alegría de tu salvación. En el Evangelio vemos como Cristo cura al paralítico que estaba junto a la piscina de Betesda. Tantos años aguardando que alguien le ayudase a entrar en el agua milagrosa y nadie se compadeció de él. ¿Cuántos están es esta misma situación hoy día? Esperamos el milagro pero no lo buscamos realmente en el único que lo puede hacer, confiamos en los hombres y en nuestros pensamientos, pero no en el Señor. Nadie se compadecía del paralítico, salvo Jesús. Se acercó a él y le preguntó: "¿Quieres quedar sano?". También en esta Cuaresma el Señor te dice lo mismo: "¿Quieres quedar sano?". La Palabra sola de Jesús obró el milagro: "Levántate, toma tu camilla y echa a andar". Y quedó sano. Jesús también te dice, nos dice, no lo pienses más, levántate de tu pecado, de esos que te tienen paralítico, de esos que te impiden seguirme más de cerca, acude a mi misericordia, al sacramento de la gracia, y echa a andar de nuevo y sígueme.

LUZ Y VIDA


Jesús aparece en el Evangelio, tanto en el de ayer como en el de hoy, como la luz del mundo y la vida de los hombres. En el pasaje del ciego de nacimiento, Jesús, devuelve la vista a aquel hombre que ha confiado en él. ¡Qué importante es la confianza en Dios y en su Palabra! Jesús, sin que se lo pidiese el ciego, hizo barro con su saliva, untó los ojos al ciego y le ordenó que se fuese a lavar a la piscina de Siloé. El ciego podría haberse negado, o quizás molestado por aquel gesto del Señor que lo pilló desprevenido y sin saber el porqué, a lo mejor si esperaba un milagro de Jesús pensaba que el Señor lo curaría al instante con el sólo poder de su palabra, y sin embargo obedeció al Señor, no protestó, y fue a hacer lo que Jesús le mandaba. ¿Cuántas veces nosotros no tenemos la humildad de este ciego para ser dóciles a lo que el Señor nos pide? Queremos ser santos pero al instante y sin esfuerzo, que se obre el milagro pero sin tener que hacer nada por nuestra parte. Jesús lo envió a Siloé que significa enviado. También la Iglesia nos pide que para que se nos abran los "ojos del alma" y recibir el perdón de nuestros pecados, acudamos al sacerdote, que es el enviado del mismo Cristo. Allí, en el confesionario, que es nuestra particular "piscina de Siloé", somos lavados de nuestros pecados y recobramos la luz de la fe al igual que el ciego recobró la luz de sus ojos. La piscina de Siloé es también el Bautismo, el baño de la regeneración, por el que hemos pasado de las tinieblas a la luz. Es importante tener fe y ser dócil a lo que el Señor nos pide como el ciego para que se obre en nosotros el milagro de la gracia. Hay muchos que dicen que ellos se confiesan directamente con Dios, ¡qué suerte que tienen por tener hilo directo con él!, pero Jesús no curó al ciego directamente sino que le pidió que fuese a lavarse a Siloé. Jesús también nos dice que para recibir el perdón tenemos que ir al sacerdote, pues él les dijo a sus discípulos: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados... El instituyó el sacramento del perdón, es lo que nos pide el Señor para recibir este don. No nos pide nada imposible ni difícil, la única dificultad que podemos tener es la de nuestra soberbia, vanidad, orgullo, ..., que nos impide acudir a los ministros del Señor. Hoy vemos como también el Señor manda al funcionario a su casa y él obedeció. Dice el texto: "El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino." Jesús te dice también hoy a tí: Vé a mi enviado, al sacerdote, y saldrás perdonado y volverás a vivir. ¿Le harás caso?

QUIERO MISERICORDIA


Es la petición que nos hace el Señor a través del Salmo 50: "Quiero misericordia y no sacrificios". Es el amor el que nos asemeja a Dios y no el sacrificio. Dios no quiere nuestro sufrimiento. ¿Qué padre quiere ver sufrir a sus hijos? Hay quien piensa que la Cuaresma es para hacer sacrificios que ofrecer al Señor. Mortificar nuestros sentidos, nuestra carne con ayunos, vigilias y disciplinas. Castigar el cuerpo por el pecado cometido. Hay que aplacar la cólera de Dios mostrándole que sufrimos por él voluntariamente. Es una particular forma de entender nuestra relación con Dios más propia del judaísmo o de las antiguas religiones, pero no es lo que nos pide el Señor cuando nos dice que debemos adorarlo en espíritu y en verdad. Dios lo que quiere de nosotros es que le ofrezcamos un corazón humilde que se entregue plenamente a hacer su voluntad. En la primera lectura del profeta Oseas, el Señor nos dice: "Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos". Este tiempo de Cuaresma es un momento de gracia especialísimo para conocer más al Señor. Haz el propósito de leer y profundizar en el conocimiento de la Palabra de Dios cada día. Ora con la Biblia, no te separes de ella, que sea tu alimento día y noche, graba sus palabras en tu mente y en tu corazón, recita los salmos, "toma y lee" como le dijo aquella voz celestial a San Agustín, y te convertirás al Señor. El segundo propósito que te propongo es que practiques la misericordia con el prójimo al igual que Dios es misericordioso contigo. Recuerda que la medida que uses la usarán contigo cuando te presentes ante el trono de Dios. Dice la Escritura que la misericordia se ríe del juicio. Ahora es el momento de redimir el corazón a través de la misericordia. Sin ella, todos los holocaustos y sacrificios no valen de nada. Dios que es amor solo sabe de amor y te juzgará en el amor. Mira en el Evangelio como el fariseo no salió justificado ante Dios porque no tenía amor. Hacía lo mandado y lo cumplía estrictamente, pero no amaba realmente a Dios, lo hacia quizás por temor al castigo, o por pura vanidad ante sí mismo, se complacía viendo lo bueno y cumplidor que era. Tampoco amaba a su prójimo pues se creía superior a los demás. Despreciaba al publicano que estaba también orando humildemente. ¡Que falta de misericordia la del fariseo! No conocía a Dios y lo peor es que tampoco se conocía a sí mismo, aunque creía que sí. Era incapaz de ver sus propios pecados porque lo cegaba la soberbia. El publicano salió justificado porque se reconoció pecador y fue humilde para pedir el perdón, sin embargo el fariseo que creía que no tenía pecado no le pidió perdón a Dios, sólo le pidió su aplauso y enhorabuena por lo buen creyente que era. ¡Qué iluso! No caigas tú también en su ceguera.

ESCUCHA MI VOZ


El Salmo 80 dice: "Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz". Dios no se cansa de llamarnos por nuestro nombre para que volvamos a él de todo corazón. Es la llamada insistente del Señor durante la Cuaresma. Escucha Israel, escuchad hombres, escucha Juan, María, Pedro, Lucia, Antonio, ..., cada uno puede poner su nombre aquí. "Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." Es el Shemá por el que pregunta el escriba a Jesús en el Evangelio y al que el Señor responde como todo buen judío conocedor de la Ley. Pero además añade: "El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Ojalá también nosotros, como aquel escriba, entendamos bien estos mandamientos y los pongamos por obra para estar cerca, como él, del Reino de los Cielos. Todos los sacrificios de esta Cuaresma, las penitencias, los ayunos, las limosnas, las eucaristías, los ejercicios de piedad, las oraciones, etc..., de nada servirían sin el amor a Dios y al prójimo. Cuando nos volvemos de corazón al Señor, si esa vuelta a él es sincera, pasa por volvernos también de corazón hacia nuestros prójimos. El amor a Dios pasa necesariamente por el amor al prójimo. ¿Cómo andas de amor al prójimo? Ese amor al que tienes al lado, al enfermo, al que sufre, al necesitado, al pobre, al triste, al encarcelado, al extranjero, al que vive en soledad, al anciano, ..., es el camino más seguro y directo para llegar al corazón de Dios. Entonces romperá tu luz como la Aurora, te brotará la carne sana, el Señor será para ti rocío, florecerás como azucena, arraigarás como un álamo, brotarán tus vástagos, resplandecerás como el olivo, olerás como el Líbano, descansarás a la sombra del Señor, crecerás como la viña, el Señor será para ti ciprés frondoso y te saciarás de sus frutos. "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino: Te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre". "¿Quién será el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda?".

RECOGER CON EL SEÑOR


Jesús concluye diciendo en el evangelio de hoy que quien no recoge con él,desparrama. Tenemos que estar junto al Señor, trabajando con él codo con codo por el Reino de Dios. El cuenta con nosotros, no podemos darle la espalda y dejarle sólo. Como también nos dice en otra ocasión , la mies es mucha y los obreros son pocos. El Señor se lamenta por boca del profeta Jeremías de que su pueblo no le escuchó ni le prestó oído, fueron a lo suyo, dándole la espalda a Dios. ¡Qué lamento tan desgarrador el de Dios! No nos damos cuenta los hombres del amor infinito que nos tiene el Señor y que por eso nuestros pecados le hieren también con un dolor infinito. Un corazón como el de Dios que ama tan intensamente, que es todo amor, que es inmensamente delicado, tierno, dulce, sensible, ..., siente las faltas de amor de sus hijos de una manera que el hombre no puede alcanzar a imaginar. Cuando alguien tiene un corazón sensible sufre mucho más que aquellos otros que son más ásperos e insensibles. El que ama a otro de corazón, con toda el alma, que está enamorado totalmente, siente mucho más cualquier falta, por pequeña e insignificante que nos parezca, que le haga su amado que las faltas, aunque sean mayores, de aquellos a los que no ama o ni tan siquiera conoce. A un padre o a una madre, le duelen inmensamente más los agravios de sus propios hijos hacia ellos que los de un vecino o de un desconocido por la calle. ¡No nos damos cuenta lo que para Dios significa que le ignoremos y faltemos a su amor! En este tiempo de Cuaresma debemos escuchar la llamada de Dios. Darnos cuenta de que Dios nos ama con locura y que nosotros somos como esos hijos que viviendo en la casa de sus padres viven como si lo hicieran en un hotel. Pasan los días y no son capaces de un gesto de cariño, de un beso, de un abrazo, de un preocuparse por ellos, de colaborar en casa, de darse cuenta que sus padres están ahí y todo lo que tienen es gracias a ellos. Viven ignorando a sus padres y buscándolos sólo para que les den dinero o les solucionen los problemas y la vida. ¿No te parece que los hombres tratamos así también a Dios? Vivimos ignorando a Dios y solamente acudimos a él cuando nos hace falta y no somos capaces de decirle que lo amamos, de darle las gracias por cuanto nos da, de ayudarle a extender su Reino, ... Nada de eso, vivimos preocupados sólo de nosotros mismos y de aquello que nos afecta e interesa. Y luego nos quejamos de los adolescentes cuando somos nosotros para con nuestro Padre Dios iguales que ellos. ¡Papá dame!, ¡Señor dame!... "Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán." El salmista nos dice: "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón." Escuchemos al Señor para recoger a su tiempo con él.

GLORIFICA AL SEÑOR


El Salmo 147 nos pide glorificar al Señor porque somos la Jerusalén de Dios, su pueblo, su ciudad santa. Los cristianos formamos el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, que es también la nueva Jerusalén porque Dios habita en medio de ella. Cada uno de sus miembros somos también esa ciudad de Dios, puesto que el Señor habita en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha dado. Al igual que la Iglesia debe alabar al Señor todos los días, cada uno de los cristianos debemos también glorificar a Dios con nuestra vida, alabarlo, bendecirlo y darle gracias con todo nuestro cuerpo y con toda el alma. El salmista nos dice que el Señor "ha reforzado los cerrojos de tus puertas", quiere decir que el Señor nos guarda y nos protege, él es nuestra fuerza, nos hace fuertes con sus mandatos y decretos. Somos verdaderamente fuertes cuando hacemos la voluntad del Señor. Dios "nos ha bendecido" dándonos a conocer su voluntad. El Señor, a nosotros, que somos "Jacob" e "Israel" de Dios, nos dice: "Anuncia su Palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel". Son los que Moisés anuncia al pueblo para que cumpliéndolos vivan y entren a tomar posesión de la tierra prometida. También nosotros para tener vida y poder un día entrar en esa tierra de promisión que es la Jerusalén del cielo, tenemos que cumplirlos y recordarlos siempre, enseñarlos así y transmitirlos fielmente a todos. Por eso Jesús en el evangelio les dice a sus discípulos que él no ha venido a abolir la ley de Dios, sino a darle cumplimiento y plenitud. Cumplir la voluntad de Dios es lo que hace grande al hombre, sabio e inteligente aquí en la tierra y grande después en la eternidad. 

RECUERDA SEÑOR


El salmo 24 le pide al Señor que recuerde que su ternura y misericordia son eternas. ¡Qué bella expresión la del salmista! "Recuerda, Señor..." Se dirige con humildad a Dios para que se acuerde de él con misericordia por su bondad. No sólo la misericordia divina sino también su ternura. Dios es tierno, se enternece, tiene sentimientos. La ternura nos habla de sensibilidad, de dulzura, de delicadeza, de cariño, de afecto, en definitiva de amor. Pero cuando decimos que Dios es amor, no lo decimos en el sentido de un amor impersonal, de un concepto frío o de una idea metafísica, sino en el sentido más humano del amor. Nosotros no podríamos entender un amor que no fuese humano, a nuestra medida y capacidad, acorde a nuestra comprensión y percepción. Por eso Dios se abaja a amarnos como hombres, con corazones de carne y no como espíritus puros. El amor de Dios se hace carne, se encarna, para poder amarnos como nosotros amamos y podemos sentir. Dios se hace hombre con todo lo que conlleva esa humanización divina. Jesús no es un Dios impasible, sino sensible, amoroso, cercano, tierno, delicado, dulce, cariñoso, compasivo, misericordioso, bondadoso, ... ¡Qué grande es Dios! Jesús nos muestre el rostro humano de Dios, su cercanía con nosotros, es el "Dios con nosotros". Nada de lo nuestro le es ajeno. "Acuérdate, Señor..." de mí por tu bondad, porque eres bueno y misericordioso, rico en piedad y en clemencia. Es la oración de la Iglesia en este tiempo de Cuaresma, la llamada a la conversión y al perdón, a volver a los brazos y al regazo de nuestro Dios. Es la súplica de Azarías que "oró al Señor diciendo: Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abrahán tu amigo, por Isaac tu siervo, por Israel tu consagrado". Si Jesús en el evangelio nos dice que debemos perdonar hasta setenta veces siete, ¿cómo él no va a perdonarnos de nuestros pecados si se lo pedimos? Hemos ofendido a Dios infinidad de veces y volveremos a hacerlo porque somos frágiles y pecadores, pero Dios no se cansa de darnos su perdón puesto que él nos pide a nosotros que hagamos lo mismo con nuestros deudores.

QUEDAR LÍMPIO


El pecado es para el alma lo que la lepra para el cuerpo. Va matando lentamente el amor de Dios en nosotros y resecando el corazón hasta convertirlo en piedra dura e insensible. No nos damos cuenta, pero el que se acostumbra a vivir en pecado, cometiéndolo y permaneciendo en él, termina por hacerse insensible al mismo y creyendo que lo que es malo deja de serlo, y que él no tiene lo que tiene. Por eso hay muchas personas que dicen que no tienen pecado y que son buenísimas. Lo que pasa es que a fuerza de convivir con el pecado acaban por pensar que vivir así es lo normal y que no es tan malo, que todos hacen lo mismo y que no hay que exagerar. Al final la conciencia se adormece y la vida de fe languidece hasta apagarse, quedando a lo sumo en actos religiosos pero que no tocan el corazón realmente. Estas personas se parecen a los enfermos que niegan su enfermedad porque creen que negando lo evidente, mirando para otro lado, ya por eso van a dejar de estarlo. Piensan que ojos que no ven, corazón que no siente, pero la procesión va por dentro y antes o después, tendrán que afrontar lo inevitable, que están enfermos. Naamán el sirio va a ver al profeta Elíseo para que le cure de su lepra. El ha dado ya un paso importante que es reconocer su enfermedad y la inutilidad de los remedios que conocía y le indicaban en su tierra. Tú y yo tenemos también que reconocernos pecadores y darnos cuenta que el único que puede sanarnos es el Señor. Es el primer paso para la conversión a la que somos llamados en este tiempo de Cuaresma. Pero Naamán, cuando el profeta le indicó que para quedar curado sólo tenía que bañarse siete veces en el Jordán, se sintió ofendido y se enfadó porque pensaba que era algo demasiado sencillo para lo que él se imaginaba que haría el profeta. A veces también nosotros podemos ser tentados pensando que para que me tengo que confesar delante de un hombre, ¿no basta con que yo me confiese con Dios?. Es lo mismo que decía Naamán, pero sustituyendo "hombre" por "Jordán" y "Dios" por "los ríos de Damasco" que él creía más importantes que el río de Israel. Cuántos dicen lo mismo. Si el sacerdote es sólo un hombre ¿no es lo mismo o mucho mejor dirigirme directamente a Dios para que me perdone?. No se dan cuenta que es la soberbia la que habla por ellos. Algunos dirán que la vergüenza, porque decirle mis pecados al sacerdote me da más reparo que decírselos a Dios que por otra parte ya los conoce. Pero es que esa "vergüenza" procede de la soberbia porque nos cuesta reconocer nuestro fracaso, nuestra limitación, nuestra debilidad, nuestro pecado, y mostrarnos ante los demás imperfectos. Esto se llama orgullo y vanidad, en definitiva hijas de la soberbia. Lo que nos pide el Señor, porque fue el mismo Jesús el que les dio a los apóstoles y sus sucesores el poder de perdonar los pecados, es que nos acerquemos al sacramento de la penitencia para ser perdonados. Así de fácil y sencillo, como le pidió a Naamán, por medio del profeta, que se bañase siete veces en el río. Al final Naamán cedió a los ruegos de su criado y se bañó y quedó limpio de su lepra. La humildad venció al final a la soberbia. Esta es la lucha que sucede en nuestros corazones cuando nos resistimos a acercarnos a la confesión. "Si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, ¿no lo habrías hecho? Cuanto más si lo que te prescribe es simplemente que te bañes para quedar limpio." ¿Quieres quedar tú también limpio de tus pecados? Ve a "bañarte" al río de la gracia que es el sacramento de la reconciliación y quedarás limpio.

AGUA VIVA


En este domingo tercero de Cuaresma Jesús se nos presenta como agua viva, un surtidor que salta hasta la vida eterna. El pecado, la lejanía de Dios, reseca y endurece el corazón. Por eso el salmista nos dice: "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón". Necesitamos la gracia de Dios que es como el agua que brota de la piedra hendida por Moisés y que sacia la sed del Pueblo. La misericordia de Dios es nuestra salvación, pues transforma nuestros corazones de piedra en corazones de carne que puedan alabar y bendecir al Señor. Esa gracia es don del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones como nos dice San Pablo en la segunda lectura. Jesús muriendo por nosotros, siendo impíos y pecadores, nos abre a la esperanza de la salvación. El Bautismo, baño regenerador y fuente de agua viva, nos limpia del pecado original, nos hace hijos de Dios y miembros de su Iglesia. Es el agua que promete el Señor a la Samaritana junto al pozo de Jacob. Cristo es el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a los patriarcas de Israel. El es el mesías que estaba anunciado y que tenía que venir al mundo. El nos bautiza no con un agua que sólo calma la sed material, sino con el don del Espíritu Santo, un nuevo nacimiento que nos da la vida eterna y que calma la verdadera sed espiritual del corazón del hombre.

PASTOREA A TU PUEBLO


El Profeta Miqueas le pide al Señor que pastoree a su pueblo. Dios es el Pastor de Israel, Jesús, el Hijo de Dios, es el Buen Pastor, aquel que apacienta al nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia. El Señor nos conduce a verdes pastos y a fuentes tranquilas. ¿Cuántas veces como ovejas rebeldes nos hemos apartado del Buen Pastor y hemos huido hacia la maleza, los riscos, el páramo, ...? ¡A cuántos peligros nos hemos expuesto actuando así! Nos hemos perdido y ya no sabíamos volver, nos hemos herido, caido por barrancos y quebradas, hundido en pozos, atrapados entre zarzas, a merced de los lobos y las alimañas, ... Y Jesús, Buen Pastor, ha dejado al resto de las ovejas para ir en busca nuestra y al encontrarnos, lleno de alegría, nos ha cargado sobre sus hombros y nos ha traido de regreso al redil, y allí nos ha curado las heridas, nos ha alimentado y cuidado hasta que hemos recuperado las fuerzas. Así es el Señor. En este tiempo de cuaresma sale en nuestra busca si nos hemos alejado, nos perdona nuestros pecados y nos vuelve a traer al redil que es la Iglesia y a la comunión con él y los hermanos. Dice el Profeta: "¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?" Verdaderamente no hay otro como él. Jesús en el Evangelio del hijo pródigo nos vuelve a manifestar esta misericordia de Dios ante nuestros pecados. El nos invita a la conversión. El hijo menor ha malgastado la herencia y llegado al extremo de la indigencia, recapacita sobre su mala conducta y decide regresar a la casa de su padre. El hijo mayor que había permanecido en la casa paterna, se resiste a perdonar a su hermano, y rechaza la misericordia de su padre con éste. Jesús al dirigir esta parábola a los fariseos y letrados que murmuraban porque el Señor acogía a los pecadores comiendo con ellos, los identificaba con el hijo mayor y a éstos con el menor. El padre bueno y misericordioso es Dios, en definitiva el mismo Jesús que acoge a los publicanos y pecadores y come con ellos, al igual que el padre de la parábola hace fiesta por el hijo que ha regresado y que creía perdido. Los fariseos y letrados se enfadaban y criticaban a Jesús porque era misericordioso, al igual que se enfadó el hijo mayor con su padre, echándole en cara su servicio. Los fariseos y letrados no conocen a Dios, como el hijo mayor no conocía realmente a su padre. Este vivía en el cumplimiento, en la obediencia, en el deber, pero no en el amor. No amaba realmente ni a su padre ni a su hermano, como los fariseos y letrados que se han cerrado al amor y a la misericordia. Tú y yo no seamos como ellos, sino misericordiosos para alcanzar también nosotros la misericordia.

DAR LOS FRUTOS A SUS TIEMPOS


El Señor en el Evangelio, a través de la parábola de los viñadores homicidas, pone al descubierto las intenciones que ocultaban los corazones de aquellos dirigentes del pueblo de Israel; Jesús es el hijo del dueño de la viña que es muerto por los viñadores fuera de ella con el oscuro deseo de quedarse con la herencia. Los dirigentes del pueblo, sumos sacerdotes, los ancianos, los escribas y los fariseos, son los viñadores homicidas. Ellos lo entendieron perfectamente y por eso buscaban echar mano de Jesús, pero como temían al pueblo, esperaron una ocasión más propicia. El Señor les dirige esta parábola para que recapaciten y se conviertan de su mala fe. Pero ellos, lejos de reconocer su pecado, se sienten mucho más dolidos que antes por las palabras de Jesús. La soberbia ciega nuestros corazones y nos aparta de la misericordia de Dios. Cuántas veces la Iglesia nos amonesta para que nos convirtamos al Señor y nosotros, sin embargo, lejos de hacerlo, la atacamos dolidos, enfadados, ácidamente, a veces sin piedad, pensando que con el "y tú más" nuestros pecados desaparecen.  Cuando un padre o una madre corrige a sus hijos no es porque no les quiera, al contrario, es precisamente porque les ama y desea lo mejor para ellos. Quieren que sean buenos, honrados, trabajadores, sinceros, etc... Y Dios, que es Padre, también nos corrige y nos llama a la conversión porque nos quiere santos. La Iglesia que es Madre, también desea lo mejor para sus hijos. El pueblo de Israel no entendió en ocasiones esta pedagogía de Dios y mató, despreció y persiguió, a los Profetas y enviados de Dios para conducirles por el buen camino. ¿Y tú? ¿Aceptas la corrección de Dios y la llamada a la conversión que en este tiempo te hace la Iglesia? No mates al mensajero como aquellos viñadores homicidas que no quisieron dar los frutos que debían al dueño de la viña. Dios te pide en este tiempo los frutos de la conversión, dáselos en abundancia.

AUNQUE UN MUERTO RESUCITE


Los fariseos, a los que el Señor dirige la parábola del pobre Lázaro, cumplían escrupulosamente la Ley, eran observantes estrictos de hasta la más mínima tilde de los mandamientos de Dios, pero quizás su corazón era más piedra que carne. Vivían la letra de la Ley pero estaban lejos de su espíritu. Cristo nos enseña a cumplir a través de la misericordia la Ley entera y los Profetas. La caridad es el cumplimiento de la misma. Los fariseos, que juzgaban con dureza a los que no eran como ellos, les ocurría lo que al rico de la parábola, les faltaba caridad. El pobre Lázaro estaba a su puerta mendigando las migajas de la mesa del rico y ni ésto se le daba. Luego, muerto el rico, pedía a Abrahán para él la misericordia y la caridad que no había tenido con el pobre Lázaro. Jesús quiere que los fariseos se conviertan de su actitud fría y dura ante el prójimo, pues todo el bien que podrían estar ganando por la observancia de la Ley lo perdían por su falta de caridad. Ya lo dice San Pablo, sin amor de nada me vale tanto sacrificio y cumplimiento. La fe son obras de amor y no cumplimientos vacíos por puro amor propio. Dices que amas a Dios a quien no ves y desprecias a tu prójimo a quien ves, eres un mentiroso, dice el apóstol Santiago. Por eso nos dice Jesús que no todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino aquel que cumple la voluntad del Padre. Los fariseos tenían fe pero era una fe sin caridad, y una fe sin amor no es verdadera fe. El rico pedía que dejase ir a Lázaro a casa de su padre y hermanos para que éstos viendo a Lázaro que había muerto creyeran y se arrepintieran de su conducta. Pero el Señor, por boca de Abrahán en la parábola les dice que si no han creído ni a Moisés ni a los Profetas, aunque un muerto resucite tampoco creerán. Jesús quizás se refiere también a su propia resurrección. Cuántos a pesar de la victoria de Cristo sobre la muerte siguen sin creer en él. No bastan los milagros si el corazón se obstina en no creer porque le falta la luz de la fe. Pidamos en este tiempo que el Señor nos aumente la fe, una fe que se abra al amor y a la misericordia.

LAS RAZONES DE LA FE


Hay quienes se acercan al sacerdote con muchas preguntas e inquietudes en torno a la fe. Es muy importante acogerles con cariño y escucharles con paciencia, incluso cuando entre las preguntas haya también críticas. La acción de Dios en las almas es algo maravilloso y al mismo tiempo santo, hay que acercarse a este misterio con respeto. Nadie cree a fuerza de argumentos o por que sí. La fe es un don de Dios, de ahí partimos. Claro que debemos, como dice el apóstol, dar razón de nuestra esperanza, pero las razones de la fe no son sólo de ámbito intelectual. En Occidente vivimos en una sociedad dónde culturalmente se ha impuesto la razón de una manera aplastante, pero la fe no es sólo razón, aunque sea razonable. Muchos creen que para creer basta con dar explicaciones a todos los porqués del ser humano y no es así. La fe no entra exclusivamente por la cabeza, por el intelecto, sino también por el corazón, por el espíritu. Las razones de la fe deben tocar no solo la inteligencia del hombre, sino también su corazón. Es decir, no se debe quedar sólo en argumentos racionales, en una razón pura, sino que debe hacerse vida, tocar el corazón, lo más íntimo del ser humano. La fe no es ciencia, aunque exista la ciencia teológica y sus distintas ramas, es sobre todo, experiencia vital, encuentro, comunión, diálogo, ..., ¿con quién?, con Dios. Podemos saber muchas cosas de Dios pero no conocer realmente quién es Dios, no tener experiencia de un encuentro personal con él. Dios puede quedar como una idea en nuestra mente, pero eso no es Dios. No se trata de una idea, de un concepto, sino de una experiencia que transforma toda nuestra existencia. No es lo mismo saber cosas sobre la idea de amor, de las experiencias de otros que están enamorados o lo han estado, que estar uno mismo enamorado y tener experiencia personal de lo que es el amor y de lo que es amar. A eso me refiero. La fe, para mí, es enamorarse de Dios, experimentar su amor en nosotros y que ese amor sea todo en nuestra vida. Esa es la razón última y definitiva de la fe, el amor de Dios y nuestra respuesta a su amor.

ESTAD ALEGRES Y CONTENTOS


Seguir a Jesús no es fácil. Al igual que el Señor fue perseguido, calumniado, rechazado, y finalmente crucificado, los discípulos de Jesús tenemos también que sufrir estas duras pruebas por parte del mundo y de aquellos que prefieren las tinieblas a la luz. El demonio no descansa nunca y siempre tendremos por su parte guerra y combate. Pero Jesús nos da fuerzas para resistir como dice el apóstol, firmes en la fe. El Señor nos dice que si perseveramos tendremos el ciento por uno y la vida eterna. Jesús dice que somos bienaventurados cuando nos persigan o calumnien de cualquier modo por su causa, "estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en los cielos". ¡Qué paz nos da el Señor! Frente al mal y su tristeza, su rabia e ira encendidas, la alegría y el contento del amor de Dios. Apagad esas llamas oscuras del maligno con las aguas cristalinas del bien. ¡Ahogad el mal en abundancia de bien! No devolváis mal por mal, al contrario, bendecid a los que os maldigan, perdonad a los que os injurian, orad por los que os persiguen, haced el bien a los que os hacen mal. ¡Qué grandeza la de Cristo! Señor, ayúdame a ser como tú. Sólo en ti pongo mi confianza, tú eres mi alcázar y mi refugio, baluarte dónde me pongo a salvo, mi fuerza y mi poder eres tú Señor, Dios de los Ejércitos.¡Qué podrá hacerme el hombre! En los momentos de prueba miro a Cristo crucificado y recito con fuerza el salmo: "Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan". Sólo en Dios descansa mi alma y de él sólo espero la recompensa.

ESTRENAD UN CORAZÓN NUEVO


El Señor por boca del profeta Ezequiel dice: "Quitaos de encima vuestros delitos y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo". Este tiempo de Cuaresma queremos convertirnos al Señor. Pedir perdón por nuestros pecados y estrenar este corazón y espíritu nuevos. Sólo la gracia de Dios puede lograrlo. En el sacramento de la Reconciliación el Señor nos regala ese corazón y ese espíritu renovados. Por eso, durante este tiempo, la mejor manera de vivirlo es preparando una buena confesión. Hacer un examen serio y en profundidad de nuestra vida. Preguntarnos cómo estamos viviendo los mandamientos de Dios y de la Iglesia, cómo andamos de fe, esperanza y caridad, cuál es nuestra relación con Dios y el prójimo, cómo vivimos las virtudes cristianas, etc... Un examen que no se quede en lo de siempre por salir del paso y ya está. Y junto al examen las otras cosas necesarias para hacer una buena confesión: el dolor de los pecados, el propósito de la enmienda, el acudir al confesor y el cumplir la penitencia que se nos imponga. Y sobre todo, el propósito de que la confesión sea frecuente y no de año en año o de uvas a peras. Proponernos algo concreto. Por ejemplo mensualmente. Cada uno verá según su necesidad y el punto en el que se encuentra en su camino espiritual, si debería ser semanal, quincenal, ... Pero sobretodo siempre que pequemos gravemente no deberías permanecer mucho tiempo en ese estado. Buscar cuanto antes el sacramento para reconciliarnos con Dios. Y junto a la confesión o separadamente, la dirección espiritual que tanto bien ha hecho a las almas verdaderamente deseosas de alcanzar la santidad. Ánimo, pues, y estrena esta Cuaresma el corazón y el espíritu nuevos que el Señor te pide.

LA MEDIDA QUE USEIS


¿Cuál es la medida de nuestro amor y de nuestra entrega a Dios y al prójimo? Es importante que meditemos sobre ésto. La medida que nos enseña Jesús es la medida del amor del Padre. ¿Podemos nosotros alcanzarla? Dios lo puede todo. Es la confianza en su acción en nosotros la que nos abre a esta esperanza. Jesús dice en el Evangelio: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". Necesitamos la compasión nosotros mismos pero también necesitamos ejercerla. Un corazón compasivo se inclina ante las necesidades de nuestros prójimos, especialmente de aquellos que sufren en su cuerpo o en su espíritu por diversos males y causas. Dios es compasivo y misericordioso, dice la Escritura. Quien es compasivo tiene un corazón verdaderamente de carne y no de piedra. Hay que poder conmoverse ante la indigencia de los hombres, indigencia material y espiritual. Dios se compadeció de nuestro extravío porque andábamos como ovejas sin pastor y nos entregó a su único Hijo para enriquecer nuestra indigencia con toda clase de bienes espirituales. Jesús nos enseña a ser así compasivos como lo es el Padre y lo es también el Hijo y el Espíritu Santo. Quien es verdaderamente compasivo no juzga ni condena, sino que perdona y da. Jesús en la cruz hizo ésto mismo, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". No nos juzgó ni nos condenó, sino que pidió para nosotros el perdón y nos dio su espíritu, la vida y la salvación, "sangre y agua" que brotaron de su costado abierto. Imita a Cristo. La medida que uséis, la usarán con vosotros.

BUSCAD MI ROSTRO


El Señor a través del salmo 26 nos dice: "Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro." Este debería ser nuestro mayor deseo durante esta Cuaresma y a lo largo de toda nuestra vida, buscar el rostro de Dios. La santidad no es, como nos recuerda el Papa Francisco, una colección de virtudes o de hechos extraordinarios, sino la comunión con Dios. El santo es el amigo de Dios, aquel que entra en la intimidad con el Señor. Es el que sabe encontrar el rostro de Dios en todos y en todas las circunstancias y acontecimientos de su existencia. Jesús nos ha dicho que busquemos y encontraremos, pues el que busca halla. ¿Buscas realmente el rostro de Dios? Si lo haces ten la plena seguridad que lo hallarás, pues la Palabra de Dios es firme y segura. Es la invitación del Señor que resuena en nuestros corazones: "Buscad mi rostro". No dejes de buscarlo, él también busca tu rostro, no se lo escondas como nuestros primeros padres porque habían pecado. Él no rehuye tu mirada. Mira su rostro y verás sus ojos llenos de ternura y de misericordia por ti.

NO ES SÓLO NO PECAR


Hay muchos que dicen que no tienen pecados porque ni matan ni roban y no le desean el mal a nadie. ¡Faltaría más! Eso está muy bien. Hay que evitar el pecado, pero si lo cometemos debemos acudir al Señor y a su misericordia. Este tiempo de Cuaresma es muy adecuado para preparar una buena confesión de nuestros pecados. Hacer un buen examen de conciencia y acercarnos con verdadero dolor y arrepentimiento al confesor y con el deseo de no volver a pecar. Pero no es sólo el no pecar a lo que nos llama el Señor. ¿Habéis visto los bancos de la iglesia? Son los que más misas han oído y los que pasan más horas dentro de la iglesia, pero ¿podemos decir que son santos? Los bancos de madera no hacen ningún mal a nadie, salvo que a veces son un poco duros e incómodos, ni tampoco matan o roban. Nosotros no podemos ser como los bancos de la iglesia. Cristianos que están ahí de plantón, quietos e inmóviles, viéndolas pasar y sin inmutarse. Los cristianos tenemos que hacer el bien además de evitar el mal. Dice el refrán que obras son amores y no buenas razones. Los cristianos tenemos que ser activos en el bien. Ser participativos en la parroquia. No esperar a que nos muevan los demás sino a ser nosotros motores de la evangelización de nuestros ambientes. Cristianos que se muevan por los que más lo necesitan, los pobres, los enfermos, los ancianos, los niños, los jóvenes, ... Cristianos que no sean "bancos de madera" que no hacen ni bien ni mal, sino apóstoles del evangelio que como Cristo, pasan por el mundo haciendo el bien.

ERES ÚNICO... PARA ÉL


Tú eres único para Dios. No hay dos iguales. Todos somos irrepetibles para el Señor. Cuántas veces he oído eso de que nadie es imprescindible, ¡que duras palabras! Ningún ser humano es prescindible pues es un hijo de Dios que le ha costado nada más y nada menos que la sangre preciosa de Cristo. Todos hemos sido creados por el amor y para el amor, y todos estamos desde toda la eternidad en el corazón de Dios. A fuerza de repetirnos desde pequeños las cosas negativas que hacemos, lo malos, lo ignorantes, lo torpes  y lo inútiles que somos, ..., hemos terminando viéndonos de una manera extremadamente negativa y pesimista. ¡Qué pocos han confiado en nosotros y nos lo han dicho! Son más los que han visto en nosotros la botella medio vacía o vacía del todo, que aquellos que la han visto medio llena. Pocos a lo largo de nuestra vida que nos han animado de verás, que han valorado lo que hacemos, que han sabido descubrir en nosotros los dones que Dios nos ha regalado. El único que siempre ha estado a nuestro lado porque nos conoce realmente, aunque no nos hemos dado cuenta del todo,  ha sido y es Dios. El siempre ha confiado en nosotros y ha contado con nosotros. Nos quiere más que a las niñas de sus ojos y jamás dejará de amarnos porque él es Amor. Descubre esta Cuaresma ese tesoro que llevas dentro de tu vasija de barro. No te quedes en el barro, es lo que muchos sólo ven de ti y quizás tú mismo también. Mira más adentro y verás las cosas buenas que hay en ti. No sólo hagas una lista de lo malo, hazla también de lo bueno y acto seguido dale gracias a Dios por tanta bondad y belleza que ha puesto en ti. Recuerda, tú para Dios eres único e irrepetible.

SACAR LO MEJOR DE NOSOTROS


Las personas podríamos compararnos a una guitarra. Si alguien que no sabe tocarla intentara hacer música con ella, lo más seguro es que sólo conseguiría hacer ruido o sacar a lo sumo algunas notas desafinadas. Para tocar la guitarra hay que saber y para sacar lo mejor de nosotros mismos también. Muchas personas, como la guitarra, tienen infinidad de posibilidades en sí mismas, pero necesitan de alguien que sepa arrancar la armonía de sus cuerdas y hacer verdadera música con ellas. El verdadero artista es el Señor. El nos conoce y sabe de todo nuestro potencial, sabe como afinarnos y como tocar las cuerdas de nuestra alma armoniosamente. Déjate en las manos del Señor. Descubre las posibilidades que hay en ti de belleza y de bien. Si a veces oyes ruido en ti, es porque quizás no tocas las cuerdas como deberías. Es el pecado, ¿entiendes? Esa es la verdadera desarmonia entre tú y Dios. A veces pretendemos saber más que él y no somos dóciles en sus manos y por eso no sonamos bien. Este tiempo de Cuaresma es importante para darnos cuenta de ésto. Todos podemos ser santos, como toda guitarra puede, en las manos expertas, arrancar de sus cuerdas la mejor de las músicas. Ponte confiado en las manos de Dios y déjate acompañar por él.

PEDID Y SE OS DARÁ


Jesús nos dice que no recemos usando muchas palabras pensando que así seremos escuchados antes por Dios. No tenemos que convencer a Dios con argumentos, ya sabe él lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. El lo sabe mucho mejor que nosotros mismos que a veces pedimos y pedimos mal. No por mucho repetirle a Dios las cosas nos las va a conceder. Sin embargo el Señor nos dice que pidamos y recibiremos, que busquemos y encontraremos, que llamemos y se nos abrirá. Dios es Padre bueno y desea que le pidamos y también concedernos sus dones siempre que sean para nuestro bien según su voluntad. En el Padrenuestro tenemos la oración más perfecta de petición para pedir bien y pedir aquello que necesitamos y que Dios quiere concedernos siempre. Pedimos y recibimos que el nombre de Dios sea santificado, que su Reino venga a nosotros, que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el cielo, que nos dé el pan de cada día, que nos perdone como también nosotros perdonamos a todos, que no nos deje caer en las tentaciones y que nos libre de todo mal. Esas peticiones son siempre buenas y rectas, porque además las pedimos no sólo para nosotros, sino para todos los hombres. Ora con la oración que nos enseñó Jesús y medita aquello que dices.

HACIA LA FUENTE


La conversión es volver de nuevo a la fuente de dónde brota el agua viva. En nuestra vida sentimos muchas veces sed de tantas cosas e intentamos saciarnos con las cosas de este mundo pero, aún sin saberlo, esa sed es sed de Dios. Dice San Agustín que nuestro corazón está hecho para Dios y que está inquieto hasta que descanse solamente en él. La sed que sentimos sólo la puede saciar el Señor, él es la fuente de agua viva. Quien bebe de esta fuente brota en él un surtidor que salta hasta la vida eterna. Es el agua de la eternidad de Dios, el agua de su gracia, el agua que brota junto con la sangre de su costado abierto en la cruz. Esa fuente son los sacramentos y de manera principal de la eucaristía, fuente de la vida cristiana y de la Iglesia, porque en todos los sacramentos recibimos la gracia de Cristo pero en la eucaristía recibimos a quien es el autor de toda gracia. Volvamos esta Cuaresma hacia esta fuente de vida eterna y bebamos con el deseo con que busca la cierva corrientes de agua viva.