LUZ Y VIDA


Jesús aparece en el Evangelio, tanto en el de ayer como en el de hoy, como la luz del mundo y la vida de los hombres. En el pasaje del ciego de nacimiento, Jesús, devuelve la vista a aquel hombre que ha confiado en él. ¡Qué importante es la confianza en Dios y en su Palabra! Jesús, sin que se lo pidiese el ciego, hizo barro con su saliva, untó los ojos al ciego y le ordenó que se fuese a lavar a la piscina de Siloé. El ciego podría haberse negado, o quizás molestado por aquel gesto del Señor que lo pilló desprevenido y sin saber el porqué, a lo mejor si esperaba un milagro de Jesús pensaba que el Señor lo curaría al instante con el sólo poder de su palabra, y sin embargo obedeció al Señor, no protestó, y fue a hacer lo que Jesús le mandaba. ¿Cuántas veces nosotros no tenemos la humildad de este ciego para ser dóciles a lo que el Señor nos pide? Queremos ser santos pero al instante y sin esfuerzo, que se obre el milagro pero sin tener que hacer nada por nuestra parte. Jesús lo envió a Siloé que significa enviado. También la Iglesia nos pide que para que se nos abran los "ojos del alma" y recibir el perdón de nuestros pecados, acudamos al sacerdote, que es el enviado del mismo Cristo. Allí, en el confesionario, que es nuestra particular "piscina de Siloé", somos lavados de nuestros pecados y recobramos la luz de la fe al igual que el ciego recobró la luz de sus ojos. La piscina de Siloé es también el Bautismo, el baño de la regeneración, por el que hemos pasado de las tinieblas a la luz. Es importante tener fe y ser dócil a lo que el Señor nos pide como el ciego para que se obre en nosotros el milagro de la gracia. Hay muchos que dicen que ellos se confiesan directamente con Dios, ¡qué suerte que tienen por tener hilo directo con él!, pero Jesús no curó al ciego directamente sino que le pidió que fuese a lavarse a Siloé. Jesús también nos dice que para recibir el perdón tenemos que ir al sacerdote, pues él les dijo a sus discípulos: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados... El instituyó el sacramento del perdón, es lo que nos pide el Señor para recibir este don. No nos pide nada imposible ni difícil, la única dificultad que podemos tener es la de nuestra soberbia, vanidad, orgullo, ..., que nos impide acudir a los ministros del Señor. Hoy vemos como también el Señor manda al funcionario a su casa y él obedeció. Dice el texto: "El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino." Jesús te dice también hoy a tí: Vé a mi enviado, al sacerdote, y saldrás perdonado y volverás a vivir. ¿Le harás caso?

QUIERO MISERICORDIA


Es la petición que nos hace el Señor a través del Salmo 50: "Quiero misericordia y no sacrificios". Es el amor el que nos asemeja a Dios y no el sacrificio. Dios no quiere nuestro sufrimiento. ¿Qué padre quiere ver sufrir a sus hijos? Hay quien piensa que la Cuaresma es para hacer sacrificios que ofrecer al Señor. Mortificar nuestros sentidos, nuestra carne con ayunos, vigilias y disciplinas. Castigar el cuerpo por el pecado cometido. Hay que aplacar la cólera de Dios mostrándole que sufrimos por él voluntariamente. Es una particular forma de entender nuestra relación con Dios más propia del judaísmo o de las antiguas religiones, pero no es lo que nos pide el Señor cuando nos dice que debemos adorarlo en espíritu y en verdad. Dios lo que quiere de nosotros es que le ofrezcamos un corazón humilde que se entregue plenamente a hacer su voluntad. En la primera lectura del profeta Oseas, el Señor nos dice: "Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos". Este tiempo de Cuaresma es un momento de gracia especialísimo para conocer más al Señor. Haz el propósito de leer y profundizar en el conocimiento de la Palabra de Dios cada día. Ora con la Biblia, no te separes de ella, que sea tu alimento día y noche, graba sus palabras en tu mente y en tu corazón, recita los salmos, "toma y lee" como le dijo aquella voz celestial a San Agustín, y te convertirás al Señor. El segundo propósito que te propongo es que practiques la misericordia con el prójimo al igual que Dios es misericordioso contigo. Recuerda que la medida que uses la usarán contigo cuando te presentes ante el trono de Dios. Dice la Escritura que la misericordia se ríe del juicio. Ahora es el momento de redimir el corazón a través de la misericordia. Sin ella, todos los holocaustos y sacrificios no valen de nada. Dios que es amor solo sabe de amor y te juzgará en el amor. Mira en el Evangelio como el fariseo no salió justificado ante Dios porque no tenía amor. Hacía lo mandado y lo cumplía estrictamente, pero no amaba realmente a Dios, lo hacia quizás por temor al castigo, o por pura vanidad ante sí mismo, se complacía viendo lo bueno y cumplidor que era. Tampoco amaba a su prójimo pues se creía superior a los demás. Despreciaba al publicano que estaba también orando humildemente. ¡Que falta de misericordia la del fariseo! No conocía a Dios y lo peor es que tampoco se conocía a sí mismo, aunque creía que sí. Era incapaz de ver sus propios pecados porque lo cegaba la soberbia. El publicano salió justificado porque se reconoció pecador y fue humilde para pedir el perdón, sin embargo el fariseo que creía que no tenía pecado no le pidió perdón a Dios, sólo le pidió su aplauso y enhorabuena por lo buen creyente que era. ¡Qué iluso! No caigas tú también en su ceguera.

ESCUCHA MI VOZ


El Salmo 80 dice: "Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz". Dios no se cansa de llamarnos por nuestro nombre para que volvamos a él de todo corazón. Es la llamada insistente del Señor durante la Cuaresma. Escucha Israel, escuchad hombres, escucha Juan, María, Pedro, Lucia, Antonio, ..., cada uno puede poner su nombre aquí. "Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." Es el Shemá por el que pregunta el escriba a Jesús en el Evangelio y al que el Señor responde como todo buen judío conocedor de la Ley. Pero además añade: "El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Ojalá también nosotros, como aquel escriba, entendamos bien estos mandamientos y los pongamos por obra para estar cerca, como él, del Reino de los Cielos. Todos los sacrificios de esta Cuaresma, las penitencias, los ayunos, las limosnas, las eucaristías, los ejercicios de piedad, las oraciones, etc..., de nada servirían sin el amor a Dios y al prójimo. Cuando nos volvemos de corazón al Señor, si esa vuelta a él es sincera, pasa por volvernos también de corazón hacia nuestros prójimos. El amor a Dios pasa necesariamente por el amor al prójimo. ¿Cómo andas de amor al prójimo? Ese amor al que tienes al lado, al enfermo, al que sufre, al necesitado, al pobre, al triste, al encarcelado, al extranjero, al que vive en soledad, al anciano, ..., es el camino más seguro y directo para llegar al corazón de Dios. Entonces romperá tu luz como la Aurora, te brotará la carne sana, el Señor será para ti rocío, florecerás como azucena, arraigarás como un álamo, brotarán tus vástagos, resplandecerás como el olivo, olerás como el Líbano, descansarás a la sombra del Señor, crecerás como la viña, el Señor será para ti ciprés frondoso y te saciarás de sus frutos. "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino: Te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre". "¿Quién será el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda?".

RECOGER CON EL SEÑOR


Jesús concluye diciendo en el evangelio de hoy que quien no recoge con él,desparrama. Tenemos que estar junto al Señor, trabajando con él codo con codo por el Reino de Dios. El cuenta con nosotros, no podemos darle la espalda y dejarle sólo. Como también nos dice en otra ocasión , la mies es mucha y los obreros son pocos. El Señor se lamenta por boca del profeta Jeremías de que su pueblo no le escuchó ni le prestó oído, fueron a lo suyo, dándole la espalda a Dios. ¡Qué lamento tan desgarrador el de Dios! No nos damos cuenta los hombres del amor infinito que nos tiene el Señor y que por eso nuestros pecados le hieren también con un dolor infinito. Un corazón como el de Dios que ama tan intensamente, que es todo amor, que es inmensamente delicado, tierno, dulce, sensible, ..., siente las faltas de amor de sus hijos de una manera que el hombre no puede alcanzar a imaginar. Cuando alguien tiene un corazón sensible sufre mucho más que aquellos otros que son más ásperos e insensibles. El que ama a otro de corazón, con toda el alma, que está enamorado totalmente, siente mucho más cualquier falta, por pequeña e insignificante que nos parezca, que le haga su amado que las faltas, aunque sean mayores, de aquellos a los que no ama o ni tan siquiera conoce. A un padre o a una madre, le duelen inmensamente más los agravios de sus propios hijos hacia ellos que los de un vecino o de un desconocido por la calle. ¡No nos damos cuenta lo que para Dios significa que le ignoremos y faltemos a su amor! En este tiempo de Cuaresma debemos escuchar la llamada de Dios. Darnos cuenta de que Dios nos ama con locura y que nosotros somos como esos hijos que viviendo en la casa de sus padres viven como si lo hicieran en un hotel. Pasan los días y no son capaces de un gesto de cariño, de un beso, de un abrazo, de un preocuparse por ellos, de colaborar en casa, de darse cuenta que sus padres están ahí y todo lo que tienen es gracias a ellos. Viven ignorando a sus padres y buscándolos sólo para que les den dinero o les solucionen los problemas y la vida. ¿No te parece que los hombres tratamos así también a Dios? Vivimos ignorando a Dios y solamente acudimos a él cuando nos hace falta y no somos capaces de decirle que lo amamos, de darle las gracias por cuanto nos da, de ayudarle a extender su Reino, ... Nada de eso, vivimos preocupados sólo de nosotros mismos y de aquello que nos afecta e interesa. Y luego nos quejamos de los adolescentes cuando somos nosotros para con nuestro Padre Dios iguales que ellos. ¡Papá dame!, ¡Señor dame!... "Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán." El salmista nos dice: "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón." Escuchemos al Señor para recoger a su tiempo con él.

GLORIFICA AL SEÑOR


El Salmo 147 nos pide glorificar al Señor porque somos la Jerusalén de Dios, su pueblo, su ciudad santa. Los cristianos formamos el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, que es también la nueva Jerusalén porque Dios habita en medio de ella. Cada uno de sus miembros somos también esa ciudad de Dios, puesto que el Señor habita en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha dado. Al igual que la Iglesia debe alabar al Señor todos los días, cada uno de los cristianos debemos también glorificar a Dios con nuestra vida, alabarlo, bendecirlo y darle gracias con todo nuestro cuerpo y con toda el alma. El salmista nos dice que el Señor "ha reforzado los cerrojos de tus puertas", quiere decir que el Señor nos guarda y nos protege, él es nuestra fuerza, nos hace fuertes con sus mandatos y decretos. Somos verdaderamente fuertes cuando hacemos la voluntad del Señor. Dios "nos ha bendecido" dándonos a conocer su voluntad. El Señor, a nosotros, que somos "Jacob" e "Israel" de Dios, nos dice: "Anuncia su Palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel". Son los que Moisés anuncia al pueblo para que cumpliéndolos vivan y entren a tomar posesión de la tierra prometida. También nosotros para tener vida y poder un día entrar en esa tierra de promisión que es la Jerusalén del cielo, tenemos que cumplirlos y recordarlos siempre, enseñarlos así y transmitirlos fielmente a todos. Por eso Jesús en el evangelio les dice a sus discípulos que él no ha venido a abolir la ley de Dios, sino a darle cumplimiento y plenitud. Cumplir la voluntad de Dios es lo que hace grande al hombre, sabio e inteligente aquí en la tierra y grande después en la eternidad. 

RECUERDA SEÑOR


El salmo 24 le pide al Señor que recuerde que su ternura y misericordia son eternas. ¡Qué bella expresión la del salmista! "Recuerda, Señor..." Se dirige con humildad a Dios para que se acuerde de él con misericordia por su bondad. No sólo la misericordia divina sino también su ternura. Dios es tierno, se enternece, tiene sentimientos. La ternura nos habla de sensibilidad, de dulzura, de delicadeza, de cariño, de afecto, en definitiva de amor. Pero cuando decimos que Dios es amor, no lo decimos en el sentido de un amor impersonal, de un concepto frío o de una idea metafísica, sino en el sentido más humano del amor. Nosotros no podríamos entender un amor que no fuese humano, a nuestra medida y capacidad, acorde a nuestra comprensión y percepción. Por eso Dios se abaja a amarnos como hombres, con corazones de carne y no como espíritus puros. El amor de Dios se hace carne, se encarna, para poder amarnos como nosotros amamos y podemos sentir. Dios se hace hombre con todo lo que conlleva esa humanización divina. Jesús no es un Dios impasible, sino sensible, amoroso, cercano, tierno, delicado, dulce, cariñoso, compasivo, misericordioso, bondadoso, ... ¡Qué grande es Dios! Jesús nos muestre el rostro humano de Dios, su cercanía con nosotros, es el "Dios con nosotros". Nada de lo nuestro le es ajeno. "Acuérdate, Señor..." de mí por tu bondad, porque eres bueno y misericordioso, rico en piedad y en clemencia. Es la oración de la Iglesia en este tiempo de Cuaresma, la llamada a la conversión y al perdón, a volver a los brazos y al regazo de nuestro Dios. Es la súplica de Azarías que "oró al Señor diciendo: Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abrahán tu amigo, por Isaac tu siervo, por Israel tu consagrado". Si Jesús en el evangelio nos dice que debemos perdonar hasta setenta veces siete, ¿cómo él no va a perdonarnos de nuestros pecados si se lo pedimos? Hemos ofendido a Dios infinidad de veces y volveremos a hacerlo porque somos frágiles y pecadores, pero Dios no se cansa de darnos su perdón puesto que él nos pide a nosotros que hagamos lo mismo con nuestros deudores.

QUEDAR LÍMPIO


El pecado es para el alma lo que la lepra para el cuerpo. Va matando lentamente el amor de Dios en nosotros y resecando el corazón hasta convertirlo en piedra dura e insensible. No nos damos cuenta, pero el que se acostumbra a vivir en pecado, cometiéndolo y permaneciendo en él, termina por hacerse insensible al mismo y creyendo que lo que es malo deja de serlo, y que él no tiene lo que tiene. Por eso hay muchas personas que dicen que no tienen pecado y que son buenísimas. Lo que pasa es que a fuerza de convivir con el pecado acaban por pensar que vivir así es lo normal y que no es tan malo, que todos hacen lo mismo y que no hay que exagerar. Al final la conciencia se adormece y la vida de fe languidece hasta apagarse, quedando a lo sumo en actos religiosos pero que no tocan el corazón realmente. Estas personas se parecen a los enfermos que niegan su enfermedad porque creen que negando lo evidente, mirando para otro lado, ya por eso van a dejar de estarlo. Piensan que ojos que no ven, corazón que no siente, pero la procesión va por dentro y antes o después, tendrán que afrontar lo inevitable, que están enfermos. Naamán el sirio va a ver al profeta Elíseo para que le cure de su lepra. El ha dado ya un paso importante que es reconocer su enfermedad y la inutilidad de los remedios que conocía y le indicaban en su tierra. Tú y yo tenemos también que reconocernos pecadores y darnos cuenta que el único que puede sanarnos es el Señor. Es el primer paso para la conversión a la que somos llamados en este tiempo de Cuaresma. Pero Naamán, cuando el profeta le indicó que para quedar curado sólo tenía que bañarse siete veces en el Jordán, se sintió ofendido y se enfadó porque pensaba que era algo demasiado sencillo para lo que él se imaginaba que haría el profeta. A veces también nosotros podemos ser tentados pensando que para que me tengo que confesar delante de un hombre, ¿no basta con que yo me confiese con Dios?. Es lo mismo que decía Naamán, pero sustituyendo "hombre" por "Jordán" y "Dios" por "los ríos de Damasco" que él creía más importantes que el río de Israel. Cuántos dicen lo mismo. Si el sacerdote es sólo un hombre ¿no es lo mismo o mucho mejor dirigirme directamente a Dios para que me perdone?. No se dan cuenta que es la soberbia la que habla por ellos. Algunos dirán que la vergüenza, porque decirle mis pecados al sacerdote me da más reparo que decírselos a Dios que por otra parte ya los conoce. Pero es que esa "vergüenza" procede de la soberbia porque nos cuesta reconocer nuestro fracaso, nuestra limitación, nuestra debilidad, nuestro pecado, y mostrarnos ante los demás imperfectos. Esto se llama orgullo y vanidad, en definitiva hijas de la soberbia. Lo que nos pide el Señor, porque fue el mismo Jesús el que les dio a los apóstoles y sus sucesores el poder de perdonar los pecados, es que nos acerquemos al sacramento de la penitencia para ser perdonados. Así de fácil y sencillo, como le pidió a Naamán, por medio del profeta, que se bañase siete veces en el río. Al final Naamán cedió a los ruegos de su criado y se bañó y quedó limpio de su lepra. La humildad venció al final a la soberbia. Esta es la lucha que sucede en nuestros corazones cuando nos resistimos a acercarnos a la confesión. "Si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, ¿no lo habrías hecho? Cuanto más si lo que te prescribe es simplemente que te bañes para quedar limpio." ¿Quieres quedar tú también limpio de tus pecados? Ve a "bañarte" al río de la gracia que es el sacramento de la reconciliación y quedarás limpio.

AGUA VIVA


En este domingo tercero de Cuaresma Jesús se nos presenta como agua viva, un surtidor que salta hasta la vida eterna. El pecado, la lejanía de Dios, reseca y endurece el corazón. Por eso el salmista nos dice: "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón". Necesitamos la gracia de Dios que es como el agua que brota de la piedra hendida por Moisés y que sacia la sed del Pueblo. La misericordia de Dios es nuestra salvación, pues transforma nuestros corazones de piedra en corazones de carne que puedan alabar y bendecir al Señor. Esa gracia es don del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones como nos dice San Pablo en la segunda lectura. Jesús muriendo por nosotros, siendo impíos y pecadores, nos abre a la esperanza de la salvación. El Bautismo, baño regenerador y fuente de agua viva, nos limpia del pecado original, nos hace hijos de Dios y miembros de su Iglesia. Es el agua que promete el Señor a la Samaritana junto al pozo de Jacob. Cristo es el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a los patriarcas de Israel. El es el mesías que estaba anunciado y que tenía que venir al mundo. El nos bautiza no con un agua que sólo calma la sed material, sino con el don del Espíritu Santo, un nuevo nacimiento que nos da la vida eterna y que calma la verdadera sed espiritual del corazón del hombre.

PASTOREA A TU PUEBLO


El Profeta Miqueas le pide al Señor que pastoree a su pueblo. Dios es el Pastor de Israel, Jesús, el Hijo de Dios, es el Buen Pastor, aquel que apacienta al nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia. El Señor nos conduce a verdes pastos y a fuentes tranquilas. ¿Cuántas veces como ovejas rebeldes nos hemos apartado del Buen Pastor y hemos huido hacia la maleza, los riscos, el páramo, ...? ¡A cuántos peligros nos hemos expuesto actuando así! Nos hemos perdido y ya no sabíamos volver, nos hemos herido, caido por barrancos y quebradas, hundido en pozos, atrapados entre zarzas, a merced de los lobos y las alimañas, ... Y Jesús, Buen Pastor, ha dejado al resto de las ovejas para ir en busca nuestra y al encontrarnos, lleno de alegría, nos ha cargado sobre sus hombros y nos ha traido de regreso al redil, y allí nos ha curado las heridas, nos ha alimentado y cuidado hasta que hemos recuperado las fuerzas. Así es el Señor. En este tiempo de cuaresma sale en nuestra busca si nos hemos alejado, nos perdona nuestros pecados y nos vuelve a traer al redil que es la Iglesia y a la comunión con él y los hermanos. Dice el Profeta: "¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?" Verdaderamente no hay otro como él. Jesús en el Evangelio del hijo pródigo nos vuelve a manifestar esta misericordia de Dios ante nuestros pecados. El nos invita a la conversión. El hijo menor ha malgastado la herencia y llegado al extremo de la indigencia, recapacita sobre su mala conducta y decide regresar a la casa de su padre. El hijo mayor que había permanecido en la casa paterna, se resiste a perdonar a su hermano, y rechaza la misericordia de su padre con éste. Jesús al dirigir esta parábola a los fariseos y letrados que murmuraban porque el Señor acogía a los pecadores comiendo con ellos, los identificaba con el hijo mayor y a éstos con el menor. El padre bueno y misericordioso es Dios, en definitiva el mismo Jesús que acoge a los publicanos y pecadores y come con ellos, al igual que el padre de la parábola hace fiesta por el hijo que ha regresado y que creía perdido. Los fariseos y letrados se enfadaban y criticaban a Jesús porque era misericordioso, al igual que se enfadó el hijo mayor con su padre, echándole en cara su servicio. Los fariseos y letrados no conocen a Dios, como el hijo mayor no conocía realmente a su padre. Este vivía en el cumplimiento, en la obediencia, en el deber, pero no en el amor. No amaba realmente ni a su padre ni a su hermano, como los fariseos y letrados que se han cerrado al amor y a la misericordia. Tú y yo no seamos como ellos, sino misericordiosos para alcanzar también nosotros la misericordia.

DAR LOS FRUTOS A SUS TIEMPOS


El Señor en el Evangelio, a través de la parábola de los viñadores homicidas, pone al descubierto las intenciones que ocultaban los corazones de aquellos dirigentes del pueblo de Israel; Jesús es el hijo del dueño de la viña que es muerto por los viñadores fuera de ella con el oscuro deseo de quedarse con la herencia. Los dirigentes del pueblo, sumos sacerdotes, los ancianos, los escribas y los fariseos, son los viñadores homicidas. Ellos lo entendieron perfectamente y por eso buscaban echar mano de Jesús, pero como temían al pueblo, esperaron una ocasión más propicia. El Señor les dirige esta parábola para que recapaciten y se conviertan de su mala fe. Pero ellos, lejos de reconocer su pecado, se sienten mucho más dolidos que antes por las palabras de Jesús. La soberbia ciega nuestros corazones y nos aparta de la misericordia de Dios. Cuántas veces la Iglesia nos amonesta para que nos convirtamos al Señor y nosotros, sin embargo, lejos de hacerlo, la atacamos dolidos, enfadados, ácidamente, a veces sin piedad, pensando que con el "y tú más" nuestros pecados desaparecen.  Cuando un padre o una madre corrige a sus hijos no es porque no les quiera, al contrario, es precisamente porque les ama y desea lo mejor para ellos. Quieren que sean buenos, honrados, trabajadores, sinceros, etc... Y Dios, que es Padre, también nos corrige y nos llama a la conversión porque nos quiere santos. La Iglesia que es Madre, también desea lo mejor para sus hijos. El pueblo de Israel no entendió en ocasiones esta pedagogía de Dios y mató, despreció y persiguió, a los Profetas y enviados de Dios para conducirles por el buen camino. ¿Y tú? ¿Aceptas la corrección de Dios y la llamada a la conversión que en este tiempo te hace la Iglesia? No mates al mensajero como aquellos viñadores homicidas que no quisieron dar los frutos que debían al dueño de la viña. Dios te pide en este tiempo los frutos de la conversión, dáselos en abundancia.

AUNQUE UN MUERTO RESUCITE


Los fariseos, a los que el Señor dirige la parábola del pobre Lázaro, cumplían escrupulosamente la Ley, eran observantes estrictos de hasta la más mínima tilde de los mandamientos de Dios, pero quizás su corazón era más piedra que carne. Vivían la letra de la Ley pero estaban lejos de su espíritu. Cristo nos enseña a cumplir a través de la misericordia la Ley entera y los Profetas. La caridad es el cumplimiento de la misma. Los fariseos, que juzgaban con dureza a los que no eran como ellos, les ocurría lo que al rico de la parábola, les faltaba caridad. El pobre Lázaro estaba a su puerta mendigando las migajas de la mesa del rico y ni ésto se le daba. Luego, muerto el rico, pedía a Abrahán para él la misericordia y la caridad que no había tenido con el pobre Lázaro. Jesús quiere que los fariseos se conviertan de su actitud fría y dura ante el prójimo, pues todo el bien que podrían estar ganando por la observancia de la Ley lo perdían por su falta de caridad. Ya lo dice San Pablo, sin amor de nada me vale tanto sacrificio y cumplimiento. La fe son obras de amor y no cumplimientos vacíos por puro amor propio. Dices que amas a Dios a quien no ves y desprecias a tu prójimo a quien ves, eres un mentiroso, dice el apóstol Santiago. Por eso nos dice Jesús que no todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino aquel que cumple la voluntad del Padre. Los fariseos tenían fe pero era una fe sin caridad, y una fe sin amor no es verdadera fe. El rico pedía que dejase ir a Lázaro a casa de su padre y hermanos para que éstos viendo a Lázaro que había muerto creyeran y se arrepintieran de su conducta. Pero el Señor, por boca de Abrahán en la parábola les dice que si no han creído ni a Moisés ni a los Profetas, aunque un muerto resucite tampoco creerán. Jesús quizás se refiere también a su propia resurrección. Cuántos a pesar de la victoria de Cristo sobre la muerte siguen sin creer en él. No bastan los milagros si el corazón se obstina en no creer porque le falta la luz de la fe. Pidamos en este tiempo que el Señor nos aumente la fe, una fe que se abra al amor y a la misericordia.

LAS RAZONES DE LA FE


Hay quienes se acercan al sacerdote con muchas preguntas e inquietudes en torno a la fe. Es muy importante acogerles con cariño y escucharles con paciencia, incluso cuando entre las preguntas haya también críticas. La acción de Dios en las almas es algo maravilloso y al mismo tiempo santo, hay que acercarse a este misterio con respeto. Nadie cree a fuerza de argumentos o por que sí. La fe es un don de Dios, de ahí partimos. Claro que debemos, como dice el apóstol, dar razón de nuestra esperanza, pero las razones de la fe no son sólo de ámbito intelectual. En Occidente vivimos en una sociedad dónde culturalmente se ha impuesto la razón de una manera aplastante, pero la fe no es sólo razón, aunque sea razonable. Muchos creen que para creer basta con dar explicaciones a todos los porqués del ser humano y no es así. La fe no entra exclusivamente por la cabeza, por el intelecto, sino también por el corazón, por el espíritu. Las razones de la fe deben tocar no solo la inteligencia del hombre, sino también su corazón. Es decir, no se debe quedar sólo en argumentos racionales, en una razón pura, sino que debe hacerse vida, tocar el corazón, lo más íntimo del ser humano. La fe no es ciencia, aunque exista la ciencia teológica y sus distintas ramas, es sobre todo, experiencia vital, encuentro, comunión, diálogo, ..., ¿con quién?, con Dios. Podemos saber muchas cosas de Dios pero no conocer realmente quién es Dios, no tener experiencia de un encuentro personal con él. Dios puede quedar como una idea en nuestra mente, pero eso no es Dios. No se trata de una idea, de un concepto, sino de una experiencia que transforma toda nuestra existencia. No es lo mismo saber cosas sobre la idea de amor, de las experiencias de otros que están enamorados o lo han estado, que estar uno mismo enamorado y tener experiencia personal de lo que es el amor y de lo que es amar. A eso me refiero. La fe, para mí, es enamorarse de Dios, experimentar su amor en nosotros y que ese amor sea todo en nuestra vida. Esa es la razón última y definitiva de la fe, el amor de Dios y nuestra respuesta a su amor.

ESTAD ALEGRES Y CONTENTOS


Seguir a Jesús no es fácil. Al igual que el Señor fue perseguido, calumniado, rechazado, y finalmente crucificado, los discípulos de Jesús tenemos también que sufrir estas duras pruebas por parte del mundo y de aquellos que prefieren las tinieblas a la luz. El demonio no descansa nunca y siempre tendremos por su parte guerra y combate. Pero Jesús nos da fuerzas para resistir como dice el apóstol, firmes en la fe. El Señor nos dice que si perseveramos tendremos el ciento por uno y la vida eterna. Jesús dice que somos bienaventurados cuando nos persigan o calumnien de cualquier modo por su causa, "estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en los cielos". ¡Qué paz nos da el Señor! Frente al mal y su tristeza, su rabia e ira encendidas, la alegría y el contento del amor de Dios. Apagad esas llamas oscuras del maligno con las aguas cristalinas del bien. ¡Ahogad el mal en abundancia de bien! No devolváis mal por mal, al contrario, bendecid a los que os maldigan, perdonad a los que os injurian, orad por los que os persiguen, haced el bien a los que os hacen mal. ¡Qué grandeza la de Cristo! Señor, ayúdame a ser como tú. Sólo en ti pongo mi confianza, tú eres mi alcázar y mi refugio, baluarte dónde me pongo a salvo, mi fuerza y mi poder eres tú Señor, Dios de los Ejércitos.¡Qué podrá hacerme el hombre! En los momentos de prueba miro a Cristo crucificado y recito con fuerza el salmo: "Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan". Sólo en Dios descansa mi alma y de él sólo espero la recompensa.

ESTRENAD UN CORAZÓN NUEVO


El Señor por boca del profeta Ezequiel dice: "Quitaos de encima vuestros delitos y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo". Este tiempo de Cuaresma queremos convertirnos al Señor. Pedir perdón por nuestros pecados y estrenar este corazón y espíritu nuevos. Sólo la gracia de Dios puede lograrlo. En el sacramento de la Reconciliación el Señor nos regala ese corazón y ese espíritu renovados. Por eso, durante este tiempo, la mejor manera de vivirlo es preparando una buena confesión. Hacer un examen serio y en profundidad de nuestra vida. Preguntarnos cómo estamos viviendo los mandamientos de Dios y de la Iglesia, cómo andamos de fe, esperanza y caridad, cuál es nuestra relación con Dios y el prójimo, cómo vivimos las virtudes cristianas, etc... Un examen que no se quede en lo de siempre por salir del paso y ya está. Y junto al examen las otras cosas necesarias para hacer una buena confesión: el dolor de los pecados, el propósito de la enmienda, el acudir al confesor y el cumplir la penitencia que se nos imponga. Y sobre todo, el propósito de que la confesión sea frecuente y no de año en año o de uvas a peras. Proponernos algo concreto. Por ejemplo mensualmente. Cada uno verá según su necesidad y el punto en el que se encuentra en su camino espiritual, si debería ser semanal, quincenal, ... Pero sobretodo siempre que pequemos gravemente no deberías permanecer mucho tiempo en ese estado. Buscar cuanto antes el sacramento para reconciliarnos con Dios. Y junto a la confesión o separadamente, la dirección espiritual que tanto bien ha hecho a las almas verdaderamente deseosas de alcanzar la santidad. Ánimo, pues, y estrena esta Cuaresma el corazón y el espíritu nuevos que el Señor te pide.

LA MEDIDA QUE USEIS


¿Cuál es la medida de nuestro amor y de nuestra entrega a Dios y al prójimo? Es importante que meditemos sobre ésto. La medida que nos enseña Jesús es la medida del amor del Padre. ¿Podemos nosotros alcanzarla? Dios lo puede todo. Es la confianza en su acción en nosotros la que nos abre a esta esperanza. Jesús dice en el Evangelio: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". Necesitamos la compasión nosotros mismos pero también necesitamos ejercerla. Un corazón compasivo se inclina ante las necesidades de nuestros prójimos, especialmente de aquellos que sufren en su cuerpo o en su espíritu por diversos males y causas. Dios es compasivo y misericordioso, dice la Escritura. Quien es compasivo tiene un corazón verdaderamente de carne y no de piedra. Hay que poder conmoverse ante la indigencia de los hombres, indigencia material y espiritual. Dios se compadeció de nuestro extravío porque andábamos como ovejas sin pastor y nos entregó a su único Hijo para enriquecer nuestra indigencia con toda clase de bienes espirituales. Jesús nos enseña a ser así compasivos como lo es el Padre y lo es también el Hijo y el Espíritu Santo. Quien es verdaderamente compasivo no juzga ni condena, sino que perdona y da. Jesús en la cruz hizo ésto mismo, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". No nos juzgó ni nos condenó, sino que pidió para nosotros el perdón y nos dio su espíritu, la vida y la salvación, "sangre y agua" que brotaron de su costado abierto. Imita a Cristo. La medida que uséis, la usarán con vosotros.

BUSCAD MI ROSTRO


El Señor a través del salmo 26 nos dice: "Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro." Este debería ser nuestro mayor deseo durante esta Cuaresma y a lo largo de toda nuestra vida, buscar el rostro de Dios. La santidad no es, como nos recuerda el Papa Francisco, una colección de virtudes o de hechos extraordinarios, sino la comunión con Dios. El santo es el amigo de Dios, aquel que entra en la intimidad con el Señor. Es el que sabe encontrar el rostro de Dios en todos y en todas las circunstancias y acontecimientos de su existencia. Jesús nos ha dicho que busquemos y encontraremos, pues el que busca halla. ¿Buscas realmente el rostro de Dios? Si lo haces ten la plena seguridad que lo hallarás, pues la Palabra de Dios es firme y segura. Es la invitación del Señor que resuena en nuestros corazones: "Buscad mi rostro". No dejes de buscarlo, él también busca tu rostro, no se lo escondas como nuestros primeros padres porque habían pecado. Él no rehuye tu mirada. Mira su rostro y verás sus ojos llenos de ternura y de misericordia por ti.

NO ES SÓLO NO PECAR


Hay muchos que dicen que no tienen pecados porque ni matan ni roban y no le desean el mal a nadie. ¡Faltaría más! Eso está muy bien. Hay que evitar el pecado, pero si lo cometemos debemos acudir al Señor y a su misericordia. Este tiempo de Cuaresma es muy adecuado para preparar una buena confesión de nuestros pecados. Hacer un buen examen de conciencia y acercarnos con verdadero dolor y arrepentimiento al confesor y con el deseo de no volver a pecar. Pero no es sólo el no pecar a lo que nos llama el Señor. ¿Habéis visto los bancos de la iglesia? Son los que más misas han oído y los que pasan más horas dentro de la iglesia, pero ¿podemos decir que son santos? Los bancos de madera no hacen ningún mal a nadie, salvo que a veces son un poco duros e incómodos, ni tampoco matan o roban. Nosotros no podemos ser como los bancos de la iglesia. Cristianos que están ahí de plantón, quietos e inmóviles, viéndolas pasar y sin inmutarse. Los cristianos tenemos que hacer el bien además de evitar el mal. Dice el refrán que obras son amores y no buenas razones. Los cristianos tenemos que ser activos en el bien. Ser participativos en la parroquia. No esperar a que nos muevan los demás sino a ser nosotros motores de la evangelización de nuestros ambientes. Cristianos que se muevan por los que más lo necesitan, los pobres, los enfermos, los ancianos, los niños, los jóvenes, ... Cristianos que no sean "bancos de madera" que no hacen ni bien ni mal, sino apóstoles del evangelio que como Cristo, pasan por el mundo haciendo el bien.

ERES ÚNICO... PARA ÉL


Tú eres único para Dios. No hay dos iguales. Todos somos irrepetibles para el Señor. Cuántas veces he oído eso de que nadie es imprescindible, ¡que duras palabras! Ningún ser humano es prescindible pues es un hijo de Dios que le ha costado nada más y nada menos que la sangre preciosa de Cristo. Todos hemos sido creados por el amor y para el amor, y todos estamos desde toda la eternidad en el corazón de Dios. A fuerza de repetirnos desde pequeños las cosas negativas que hacemos, lo malos, lo ignorantes, lo torpes  y lo inútiles que somos, ..., hemos terminando viéndonos de una manera extremadamente negativa y pesimista. ¡Qué pocos han confiado en nosotros y nos lo han dicho! Son más los que han visto en nosotros la botella medio vacía o vacía del todo, que aquellos que la han visto medio llena. Pocos a lo largo de nuestra vida que nos han animado de verás, que han valorado lo que hacemos, que han sabido descubrir en nosotros los dones que Dios nos ha regalado. El único que siempre ha estado a nuestro lado porque nos conoce realmente, aunque no nos hemos dado cuenta del todo,  ha sido y es Dios. El siempre ha confiado en nosotros y ha contado con nosotros. Nos quiere más que a las niñas de sus ojos y jamás dejará de amarnos porque él es Amor. Descubre esta Cuaresma ese tesoro que llevas dentro de tu vasija de barro. No te quedes en el barro, es lo que muchos sólo ven de ti y quizás tú mismo también. Mira más adentro y verás las cosas buenas que hay en ti. No sólo hagas una lista de lo malo, hazla también de lo bueno y acto seguido dale gracias a Dios por tanta bondad y belleza que ha puesto en ti. Recuerda, tú para Dios eres único e irrepetible.

SACAR LO MEJOR DE NOSOTROS


Las personas podríamos compararnos a una guitarra. Si alguien que no sabe tocarla intentara hacer música con ella, lo más seguro es que sólo conseguiría hacer ruido o sacar a lo sumo algunas notas desafinadas. Para tocar la guitarra hay que saber y para sacar lo mejor de nosotros mismos también. Muchas personas, como la guitarra, tienen infinidad de posibilidades en sí mismas, pero necesitan de alguien que sepa arrancar la armonía de sus cuerdas y hacer verdadera música con ellas. El verdadero artista es el Señor. El nos conoce y sabe de todo nuestro potencial, sabe como afinarnos y como tocar las cuerdas de nuestra alma armoniosamente. Déjate en las manos del Señor. Descubre las posibilidades que hay en ti de belleza y de bien. Si a veces oyes ruido en ti, es porque quizás no tocas las cuerdas como deberías. Es el pecado, ¿entiendes? Esa es la verdadera desarmonia entre tú y Dios. A veces pretendemos saber más que él y no somos dóciles en sus manos y por eso no sonamos bien. Este tiempo de Cuaresma es importante para darnos cuenta de ésto. Todos podemos ser santos, como toda guitarra puede, en las manos expertas, arrancar de sus cuerdas la mejor de las músicas. Ponte confiado en las manos de Dios y déjate acompañar por él.

PEDID Y SE OS DARÁ


Jesús nos dice que no recemos usando muchas palabras pensando que así seremos escuchados antes por Dios. No tenemos que convencer a Dios con argumentos, ya sabe él lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. El lo sabe mucho mejor que nosotros mismos que a veces pedimos y pedimos mal. No por mucho repetirle a Dios las cosas nos las va a conceder. Sin embargo el Señor nos dice que pidamos y recibiremos, que busquemos y encontraremos, que llamemos y se nos abrirá. Dios es Padre bueno y desea que le pidamos y también concedernos sus dones siempre que sean para nuestro bien según su voluntad. En el Padrenuestro tenemos la oración más perfecta de petición para pedir bien y pedir aquello que necesitamos y que Dios quiere concedernos siempre. Pedimos y recibimos que el nombre de Dios sea santificado, que su Reino venga a nosotros, que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el cielo, que nos dé el pan de cada día, que nos perdone como también nosotros perdonamos a todos, que no nos deje caer en las tentaciones y que nos libre de todo mal. Esas peticiones son siempre buenas y rectas, porque además las pedimos no sólo para nosotros, sino para todos los hombres. Ora con la oración que nos enseñó Jesús y medita aquello que dices.

HACIA LA FUENTE


La conversión es volver de nuevo a la fuente de dónde brota el agua viva. En nuestra vida sentimos muchas veces sed de tantas cosas e intentamos saciarnos con las cosas de este mundo pero, aún sin saberlo, esa sed es sed de Dios. Dice San Agustín que nuestro corazón está hecho para Dios y que está inquieto hasta que descanse solamente en él. La sed que sentimos sólo la puede saciar el Señor, él es la fuente de agua viva. Quien bebe de esta fuente brota en él un surtidor que salta hasta la vida eterna. Es el agua de la eternidad de Dios, el agua de su gracia, el agua que brota junto con la sangre de su costado abierto en la cruz. Esa fuente son los sacramentos y de manera principal de la eucaristía, fuente de la vida cristiana y de la Iglesia, porque en todos los sacramentos recibimos la gracia de Cristo pero en la eucaristía recibimos a quien es el autor de toda gracia. Volvamos esta Cuaresma hacia esta fuente de vida eterna y bebamos con el deseo con que busca la cierva corrientes de agua viva.

HACIA LA PASCUA


La Cuaresma es el camino hacia la Pascua. También nuestra vida es un camino hacia la Pascua definitiva en la Jerusalén del cielo. Somos peregrinos que caminamos a la luz de la fe hacia el encuentro último con Dios. Hay una canción que cantamos estos días en la parroquia que dice: "Contigo vamos, Señor Jesús, hacia la Pascua, hacia la luz..." Es cierto, vamos hacia la luz que es Cristo, pero aún con esta luz, habitamos en tinieblas y en sombra de muerte. El pecado oscurece nuestra vida. La gracia de Cristo disipa estas tinieblas porque él ha dicho de sí mismo que es la luz del mundo.  Al igual que el nuevo amanecer rompe las tinieblas de la noche, así Cristo romperá a brillar como la aurora en el último día, y su luz jamás conocerá ya ocaso alguno. Permanezcamos en la luz de Cristo, seamos hijos de la luz y caminemos guiados por esta luz mientras todavía es de noche.

NO SÓLO DE PAN VIVE EL HOMBRE


Ante las tentaciones del diablo en el desierto, Jesús le responde con la fuerza de la Palabra de Dios: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". En nuestro camino cuaresmal símbolo de nuestro peregrinar en la fe aquí en la tierra, también somos tentados como el Señor. El Tentador nos pone casi siempre delante las mismas tentaciones que a Jesús. La tentación del poseer, la avaricia de los sentidos, el deseo desbocado de las pasiones, el ansía de poder, de dominio, de triunfo a cualquier precio, el tentar a Dios, el adorar a otros dioses que es en definitiva arrodillarse ante el príncipe de este mundo. Jesús nos enseña con su ejemplo a no caer en la tentación. Apoyados en la Palabra de Dios podremos vencer los engaños del diablo. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Medita cada día la Palabra de Dios, que ella sea tu alimento y tu luz.

EL MISTERIO DE CRISTO


En la oración colecta de hoy se pide crecer en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud. ¿Qué misterio es éste? No es otro que confesar la encarnación del Hijo de Dios y su muerte y resurrección para el perdón de los pecados, abriéndonos el camino al Reino de Dios. Es el misterio que celebramos en cada Eucaristía. Al concluir la consagración del pan y el vino, aclamamos este es el misterio de la fe o también el sacramento de la fe, y respondemos, anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús! Este es el misterio cristiano que Cristo se ha encarnado y que a muerto y resucitado por nosotros y por nuestra salvación. El sacramento o misterio de su triunfo sobre el pecado y la muerte, es la Eucaristía. En la Última Cena, el Señor, anticipó sacramentalmente su muerte y resurrección, y nosotros participamos de ellas cada vez que realizamos este sacramento en memoria suya. Profundicemos durante esta Cuaresma en el misterio central de nuestra fe, la Pascua del Señor, y vivamos en plenitud la Eucaristía y cuanto en ello se significa como anticipo y prenda de la vida eterna.

LA ORACIÓN DEL CORAZÓN


Junto al ayuno y la limosna, la oración también se nos propone como medio para alcanzar la conversión del corazón. Ayuno, limosna y oración no pueden quedarse en algo exterior que no alcance el corazón y con ello su conversión. Por eso os he propuesto que el ayuno, la limosna y la oración sean del corazón para que así lo transformen y cambien. Lo que brota del corazón es lo que hace bueno al hombre o malo, según sea. Al igual que el ayuno o la limosna, la oración del corazón brota de éste y se abre a la gracia de Dios que es quien convierte los corazones. Orar con el corazón es dejar que Dios sea su centro. Tenemos que orar no sólo con palabras, sino con todo nuestro ser. Orar no es rezar. A veces nos dejamos llevar de la mecánica del rezo ya sea en casa o en la iglesia. La oración tiene que ser consciente, que brote del corazón, que nos implique totalmente, que no sea algo externo a nosotros mismos, sino íntimo y personal, que transforme y convierta el corazón y nuestra vida. Es en definitiva un encuentro personal con el Señor. Esta Cuaresma aprovecha para orar desde el corazón y con el corazón.

EL AYUNO DEL CORAZÓN


El ayuno también se nos propone como un medio para la conversión cuaresmal, pero un ayuno, que como dice Jesús, no lo debe notar la gente sino nuestro Padre que ve en lo escondido. Ayunar es muy importante porque nos hace ver que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Hay que morir a uno mismo y vencer nuestros apetitos desordenados y el ayuno es una buenísima arma para ello. El ayuno nos ayuda a ofrecer a Dios nuestro sacrificio y mortificación en lo referente al alimento, nos recuerda que el pan de cada día es un don de Dios, como pedimos en el Padrenuestro, y además nos hace caer en la cuenta de que con nuestras privaciones voluntarias ponemos el corazón en lo permanente y eterno y no en los bienes pasajeros de este mundo. Pero el ayuno no debe ser sólo de alimentos en esos días que la Iglesia nos pide tradicionalmente, tenemos que ayunar también de todo aquello que nos separe del amor de Dios y del prójimo, es el ayuno del corazón. ¡A cuántas cosas se apega nuestro corazón! Dice Jesús que dónde está tu tesoro allí está tu corazón. Muchos tienen el corazón, su deseo, no en Dios, ni en su Reino, sino en el mundo y en sus cosas. Hay que desapegar el corazón de lo que ocupa el lugar debido a nuestro Padre Dios. Si tu corazón está lleno del mundo no dejas a Dios que sea su rey. ¡De cuántas cosas superficiales e innecesarias podemos ayunar! Que ayune también tu corazón de ellas y se alimente de Dios.

LA LIMOSNA DEL CORAZÓN


La limosna, junto a la oración y al ayuno, es propuesta como ayuda necesaria para vivir este tiempo de Cuaresma. Es importante la limosna y el poder compartir con los más necesitados los bienes que Dios nos ha concedido, no dando sólo aquello que nos sobra, sino incluso de lo necesario en un acto de fraternidad impulsada por la caridad. Dar pero dar de corazón, viendo en el pobre a un hermano, carne de nuestra carne, hijo del mismo Padre Dios. Pero la limosna no debe quedarse sólo en lo material, en el dinero o en bienes como ropa, alimentos, etc..., debe ser también una limosna de nosotros mismos, lo que yo llamo la limosna del corazón. Darnos a nosotros mismos a los que nos necesitan, dar de nuestro tiempo, de nuestras capacidades, habilidades, talentos, ..., y ponerlos al servicio de aquellos que lo puedan necesitar. A veces es fácil dar una cantidad de dinero a un pobre, pero nos cuesta más darle nuestro tiempo. Ponernos a escuchar sus problemas, dificultades, agobios, penas... Lo mismo pasa con los enfermos o con los ancianos, o con esas personas que acuden a nosotros y quizás se hacen pesadas o molestas. Atenderlas con cariño, con paciencia, con amabilidad, con respeto. Esa es la limosna del corazón. Tratad a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. Comparte también tu corazón.

CONFÍA EN DIOS


Dios merece nuestra absoluta confianza. El que pone su confianza en Dios no quedará defraudado de haber acudido a El. El Señor nos ama inmensamente y vela por nosotros en todo momento, no duerme ni descansa el guardián de Israel. A la sombra de sus alas descanso con júbilo. ¡Qué bueno es nuestro Padre Dios! Si sabe velar por las aves del cielo y por las flores del campo, cuánto más nos guardará Dios a nosotros que somos sus hijos. Nunca cedas a la tentación de sentirte desamparado por Dios, pues nunca nos abandona, siempre está con nosotros. Su fidelidad dura por siempre. ¡Que consuelo y qué paz el poder descansar en el Señor! Ante los agobios y las preocupaciones de cada día que grande es poder reclinar la cabeza en el pecho de Jesús y decirle con suavidad: Jesús mío, te amo, tú eres mi descanso y mi paz.

DEVOLVER BIEN POR MAL



No cedáis nunca a la tentación de la venganza, ni abrigue vuestro corazón odio o rencor contra nadie, al contrario ahogad el mal en abundancia de bien. Es preferible recibir una injusticia a cometerla. Es más grande, humanamente hablando, aquel que es capaz de devolver bien por mal. El Señor nos pide que pongamos siempre la otra mejilla, que bendigamos al que nos maldice, que perdonemos a nuestros enemigos, que oremos por los que nos persiguen. Ese y no otro es el distintivo de un verdadero discípulo de Cristo. Señor, ayúdame a tener un corazón bueno para con todos y especialmente para aquellos que no me quieren bien, que se creen enemigos mios, que me odian o me persiguen de cualquier modo, que me difaman o calumnian, que piensan mal de mi, que no me creen o creen ver en mí el mal o leer entre líneas la maldad. Tú me conoces Señor, sal fiador por mí. En ti y sólo en ti pongo mi confianza. Tú eres mi refugio y mi alcázar. Te pido por ellos, Señor, bendícelos y concédeles un corazón bueno para gloria tuya. Yo los amo y perdono como me perdonas tú.

BUSCA EL REINO DE DIOS

 
El Señor nos pide que busquemos el Reino de Dios y su justicia que todo lo demás se nos dará por añadidura. Somos buscadores de ese Reino que es amor, paz, misericordia, fraternidad, servicio, entrega, don, bondad, alegría, ... El Reino de Dios no hay que buscarlo fuera de nosotros mismos, sino en nosotros. Hacerlo nacer en el corazón. San Agustín afirmaba lo siguiente: "Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti." Descansa sólo en Dios alma mía. Mi descanso es el Señor. La plena y total confianza en la bondad de mi Padre Dios. En él y sólo en él, descansa mi corazón. "Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene, nada le falta", decía Santa Teresa de Jesús. El agobio se desvanece cuando descansamos en la divina providencia. Dios no se olvida de mí. No te olvides nunca de Dios.

DIOS ES AMOR




Dios es amor y por eso el camino para llegar a El es el corazón. No existe otra vía que ésta. Dios nos salva por el amor. Es un camino sencillo pero a la vez difícil porque el Señor nos invita a amar a todos sin distinción, incluso a nuestros enemigos, a aquellos que nos odian, a los que nos maldicen o nos persiguen. Para El no hay medias tintas. La medida del amor es no tener medida. Amar plenamente, con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma, con todo el ser. Es la vía del corazón, el camino del amor. Ese camino lo ha recorrido Dios para acercarse a nosotros en su Hijo, y ese camino es al que nos invita para acercarnos nosotros a El.