Después de un larguísimo paréntesis de seis años, retomo nuevamente este blog con el deseo de que mis reflexiones en torno a la fe os ayuden también a vosotros en vuestro camino como creyentes. 

Hoy parto de una convicción: El cristianismo no es una religión más entre las muchas que han existido o existen, sino la religión primordial que tiene su origen en Dios y que por tanto es anterior al tiempo y al espacio. Desde hace más de dos mil años recibe este nombre, pero su antigüedad es eterna. El verdadero cristianismo trasciende los cristianismos oficiales de las iglesias, con sus dogmas y reglas. No se aprende en las aulas de teología, ni se encuentra en los templos construidos por los hombres. El verdadero cristianismo se vive en espíritu y en verdad. Su culto se realiza en el corazón de los hombres. No se trata de realizar unas prácticas religiosas, ni de seguir unas tradiciones, ni es un conjunto de normas morales. El cristianismo es Cristo. 

AL HILO DEL EVANGELIO DE HOY


Es un texto del Evangelio y se refiere a Cristo, y está puesto en boca de Juan el Bautista. Podríamos quedarnos en este sentido literal del texto, un sentido histórico, literal, pero en un nivel más profundo, ese "uno que no conocéis" podemos ser cada uno de nosotros mismos. Somos desconocidos para nosotros mismos, por eso la máxima antigua de "Conócete a ti mismo" como camino de sabiduría. Pero al mismo tiempo aquellos que nos rodean son también "esos que no conocemos" parafraseando el texto evangélico. Vivimos excesivamente centrados en nosotros mismos y desconocemos profundamente a los demás, incluso a los de nuestra misma familia. Tal vez nuestra esposa, nuestros hijos, hermanos y demás parientes, sean unos desconocidos realmente para nosotros. ¡Cuántas "etiquetas" les hemos puesto y con ellas nos hemos despreocupado de conocerlos realmente! Conocer es sobre todo amar. Pero amar no es sólo un sentimiento o algo externo, caricias, palabras, besos, regalos, etc... Amar es para mí ponerse en el corazón del otro. Ver que el que tengo a mi lado es una persona que siente, piensa, ama, padece, cree, sueña, etc... Amar es salir de uno mismo para encontrarme con el otro a quien todavía no conozco lo suficiente y que nunca llegaré a conocer del todo. Amar es dar lo que a nosotros nos gustaría que nos dieran: Sonrisas, alegrías, serenidad, perdón, dulzura, amabilidad, ternura, caricias, abrazos, paciencia, comprensión, consejo, ayuda, besos, paz, escucha, calor, apoyo, respeto, sinceridad, amistad, valor, etc... Amar así si que es avanzar en el conocimiento del otro y de uno mismo.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN


La Resurrección de Cristo nos abre a la esperanza. ¡Cristo ha resucitado! El Señor ha vencido al mundo, al pecado y a la misma muerte. El mal no es quien tiene la última palabra en la historia de los hombres. La luz de Cristo disipa todas nuestras oscuridades y nuestras sombras. Celebramos la Pascua de Cristo, es el día más grande de todo el año cristiano, el domingo de los domingos, el centro de nuestra fe. ¡Si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe! El sepulcro vacío testimonia por sí mismo el cumplimiento de las promesas de Cristo. Hay un antes y un después de este acontecimiento. Nuestra fe se fundamenta en este hecho fundamental: la Resurrección. Ella testimonia que verdaderamente Cristo es el Hijo de Dios y que su palabra es verdad, que él es el camino, la resurrección y la vida. Por eso Pablo dirá que los que hemos muerto con Cristo al pecado y hemos resucitado con él a una vida nueva, debemos aspirar a los bienes de allá arriba dónde está Cristo y no a los bienes de la tierra. Nuestra esperanza está colmada en el triunfo del Señor y su Resurrección es esperanza de nuestra propia resurrección y del paso de esta vida mortal a la vida eterna junto a Cristo. Que la alegría de este día santo se prolongue durante toda la cincuentena pascual y nos haga vivir la fe con esperanza y gozo.

SÁBADO SANTO


Hoy los cristianos permanecemos en silencio delante del sepulcro de Cristo en espera de la gran fiesta de la Resurrección. Permanecemos en vela, en oración, meditando, contemplando el misterio de la Pascua de Jesucristo, su Pasión, Muerte y Resurrección. Hoy no se celebra la Eucaristía, no está el Señor en el Sagrario para la veneración de los fieles, no se celebra oficio alguno, todo permanece silencioso, hasta las campanas por un día dejan de tocar. Jesús yace en el sepulcro. Todo permanece inmóvil, hasta el tiempo parece distinto y que se ha detenido. Estamos espectantes. Todo va a renacer en la solemne vigilia de esta noche. Fiesta de las fiestas para los cristianos. El centro del año litúrgico. Celebración de la Vida frente a la muerte, de la gracia frente al pecado, de la luz frente a las tinieblas. Pero por el momento aguardamos en ayuno y en oración, preparando nuestro corazón para este glorioso acontecimiento. María, la madre de Jesús, nos enseña a aguardar el cumplimiento de las promesas de su hijo. ¿Cómo aguardaría la Virgen que se cumpliera lo que había dicho Jesús: Al tercer día resucitaré? Seguramente podemos imaginar que en recogimiento interior, en oración, en la intimidad con Dios Padre de misericordia y Dios de todo consuelo. Poniendo todo su ser en sus manos. Repitiendo como lo hizo en Nazareth: He aquí la esclava del Señor. ¡Hágase en mí según tu palabra!

VIERNES SANTO


Hoy escucharemos de nuevo la lectura solemne de la Pasión según San Juan, como cada año,  la liturgia nos invita a meditar y a contemplar el momento cumbre de la entrega del Hijo de Dios por cada uno de nosotros. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo. Has sido rescatado al precio de la sangre de Cristo. Aquellos judíos presentes en el Pretorio dijeron a voz en grito que cayese la sangre del Justo sobre ellos y sobre sus hijos. Lo dijeron para forzar a Pilato a condenarlo a muerte y como una burla cruel ante el castigo del cielo que no esperaban, pues tan seguros estaban de la culpabilidad de Jesús. Y sin embargo dijeron lo que debían decir y nosotros los cristianos también decimos, aunque lo dijeron con otro sentido del que nosotros le damos. ¡Sí! Que caiga la sangre de Cristo sobre nosotros y nuestros hijos, generación tras generación, para que seamos purificados con la sangre del Cordero inocente de todas nuestras culpas. Su sangre nos ha redimido y nos ha liberado de la esclavitud del pecado como en tiempos antiguos, la sangre untada sobre las jambas de las puertas en Egipto, alejó de Israel la plaga del ángel exterminador. ¡Sí! Que esa sangre preciosa nos limpie de nuestros pecados y al mismo tiempo nos embriague de amor divino. En este precioso cuadro del pintor Nicolaes Maes (1634-1693), contemplamos la escena de Jesús ante Pilato, cuando éste, se lava las manos ante la condena a muerte del Señor. Pilato ha querido salvar a Cristo pues sabe que sus enemigos se lo han entregado por envidia. El gobernador distingue algo en aquel hombre que le inquieta y desconcierta. No es como los demás. Guarda silencio ante las graves acusaciones, responde con firmeza y señorío cuando lo hace y durante el interrogatorio da la sensación de que el reo se ha convertido en juez y el juez en reo. Mi reino no es de este mundo ha dicho Cristo, el poder que tienes sobre mí te ha sido dado de lo alto. También su esposa le ha advertido de que en sueños ha sufrido mucho por causa de este hombre y le ha rogado que no le haga daño. ¿Qué hacer? Pilato se encuentra en medio de una lucha de intereses, de una conspiración para acabar con la vida de Jesús. Sabe por experiencia que los testigos son falsos, comprados por unas monedas, que Jesús no ha hecho nada digno de muerte contra Roma, que todo se reduce a cuestiones y disputas religiosas entre los judíos, cosas que a él no le atañen a no ser que pongan en peligro la paz de la ciudad y de la provincia. El tumulto crece, las voces se encrespan y alzan, los dirigentes judíos le rodean con insistencia alzando sus puños y gritando una y otra vez sus acusaciones contra este hombre. ¿Qué hacer para soltarlo y apaciguar al mismo tiempo a estos hipócritas que pretenden forzarme a dar muerte a un inocente? La estratagema de querer soltarlo haciendo que eligiesen entre Jesús y Barrabas, un criminal de la peor calaña, no he servido nada más que para enfurecer más a la plebe. Ni siquiera el mostrar a Jesús azotado y coronado de espinas, ha servido para contentar al gentío y a los dirigentes del pueblo. Pilato duda, titubea, y los sumos sacerdotes y ancianos, astutos y expertos en reconocer tras el rostro del romano su incertidumbre y debilidad, le asestan el golpe definitivo. Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz, había dicho Jesús a sus discípulos. El mal es astuto como lo fue la serpiente, el padre de la mentira, ante Adán y Eva. Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Bien sabían ellos el punto débil de Pilato. Por la acusación de blasfemia, un asunto religioso, poco estaban consiguiendo de un romano pagano que despreciaba su Ley y a sus Profetas. No podían esperar que un incrédulo gentil se doblegara ante argumentos de fe, pero ante la tesitura de perder su puesto, de poner en juego su carrera política, eso ya es otra cosa. Todo el que se declara rey está contra el César. Este es el dardo que necesitaban para doblegar la voluntad del gobernador. Al fin Pilato cede. Ellos que odian al César, lo usan ahora como argumento contra Jesús. Pilato da por fin su brazo a torcer y condena a muerte a Jesús. La vida de un inocente no vale para él más que su buen nombre, que su puesto de gobernador de Judea, que su carrera política, que el temor al castigo por parte del César, si a éstos judíos les da por ir con sus denuncias a Roma. Pilato se lava las manos, y en este cuadro de Nicolaes Maes, mira al espectador, mira hacia el que contempla la escena como diciéndonos: ¿Y tú que hubieras hecho? Nosotros hacemos muchas veces lo mismo que Pilato. Nos lavamos las manos ante la injusticia, el mal y el pecado del mundo. Ante la muerte del inocente. ¡Cuántas veces entregamos a muerte a Jesús! La comodidad, el miedo al compromiso, el que dirán, los respetos humanos, los intereses personales, el egoísmo, la vanidad, lo bien visto, los cálculos y componendas de los hombres, la tibieza, el descreimiento, la frivolidad, la impureza, el orgullo, lo mundano, ... , todo puede más que la Verdad en nuestro juicio. ¿Y qué es la Verdad?, preguntó Pilato. Nosotros sabemos que la Verdad es Cristo, no nos lavemos las manos de nuevo ante él.

JUEVES SANTO


San Juan nos trasmite el relato del lavatorio de los pies por parte de Jesús a sus discípulos durante la Última Cena. Es un gesto de profunda humildad del Señor hacia ellos. El mismo Hijo de Dios se pone a los pies de los apóstoles para darles ejemplo de servicio. ¡Cuánto nos cuesta a los hombres dominar nuestra vanidad y nuestro orgullo! Nos cuesta rebajarnos ante los demás, humillarnos, ceder los primeros puestos y escoger el último, pasar desapercibidos, no contar para el mundo, ser discretos, callados, ..., y todo ésto por amor a Dios y al prójimo. Jesús no ha venido a ser servido sino a servir, sin embargo a nosotros nos gusta que nos sirvan, que nos respeten, que nos aplaudan, que nos alaben, que hablen bien de nosotros, queremos ser alguien, contar para los otros, que nos reconozcan nuestros valores y virtudes, que nos recompensen debidamente, que nos den el puesto que merecemos, ... ¡Qué lejos estamos de verdadero espíritu de Cristo! El cristiano no sigue el camino del mundo sino el de Cristo, y su camino es el camino de la humildad. Cristo, siendo Dios, se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Se despojó de su rango siendo de categoría divina, para pasar por uno de tantos, siendo Dios se hizo hombre, de Señor se hizo esclavo, se anonadó hasta el extremo por nosotros, para darnos vida. ¿Somos nosotros capaces de hacer ésto por los demás? Todavía estamos muy lejos de llevar con propiedad el nombre de cristianos, de discípulos de Jesús. Nosotros buscamos la honra de los hombres cuando lo que deberíamos buscar es hacer la voluntad de Dios. El Señor se pone a lavar los pies a sus discípulos. Una labor que hacían los criados de la casa con sus amos e invitados. Nadie importante o que se tuviera por ello, haría algo semejante, sería una humillación, un rebajarse a lo más ínfimo, era trabajo de esclavos, de siervos. Por eso Pedro se resiste y se escandaliza de que Jesús, su Maestro, el Señor, quiera lavarle los pies a él. Pedro sigue pensando como los hombres, pero no como Dios. También nosotros seguimos muchas veces pensando con los criterios del mundo y por eso no entendemos a Dios y vivimos una fe mundana, vacía, de tradiciones, hecha a nuestra medida y comodidad, una fe que no es fe. El verdadero creyente será siempre un loco para el mundo, un bicho raro, un excéntrico, un exagerado, ... Lo que pasa es que queremos una fe cómoda, una fe humana, que no chirríe, que no se note, que sea lógica, que esté bien vista, que sea "normal", racional, políticamente correcta, que se amolde al mundo y que el mundo la apruebe. Esa fe no es la fe de Cristo. Si fuera así el mundo no hubiese crucificado al Señor, ni perseguido a sus discípulos. Cuando te persigan, te calumnien, te señalen con el dedo, te insulten, te den de lado, te juzguen, se burlen, ..., porque sigues de verdad a Cristo, entonces podrás creer que vives de verdad la fe de Jesús. Quizás no entiendas ésto, quizás estés en contra de lo que lees, sino lo entiendes ahora lo entenderás más tarde. Pedro tampoco entendió el gesto humilde de Jesús. Lo que si entendió fueron las palabras que ante su negativa a ser lavado por él, le dirigió el Señor. Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Pedro entendía de amor. Amaba a Jesús y no podía soportar no tener nada que ver con Jesús. No entendía bien lo que Jesús quería hacer, pero ante la disyuntiva de ser lavado o ser rechazado por Jesús, respondió con espontaneidad y exageradamente como era él. No sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Todo lo que haga falta con tal de seguir en la amistad con Cristo. Así era Pedro. ¿Cómo somos nosotros ante el Señor? Jesús se pone a tus pies continuamente para que te dejes lavar por él. Quiere lavarte de tus pecados, purificarte, y sin embargo, te resistes, nos resistimos a ser perdonados por el Señor. No queremos reconocer nuestros pecados porque nos cuesta ser humildes y arrodillarnos ante el sacerdote que en ese momento es el mismo Señor. Nos cuesta ayudar porque no queremos que nadie nos ayude, nos bastamos a nosotros mismos, somos suficientes. No necesitamos consejos de nadie, ya somos mayores y sabemos de sobra lo que hay que hacer, ... ¡Qué lejos estamos de la verdadera humildad! Que sepamos entender este gesto humilde de Cristo y meditándolo nos de luz para vivir verdaderamente la fe.

MIÉRCOLES SANTO


El Evangelista Mateo nos narra el anuncio de la traición de Judas por parte de Jesús. Aquel que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a entregar. Es uno de los discípulos, un amigo, uno de los íntimos, de aquellos doce que el mismo Señor ha escogido para ser apóstoles. En aquella mesa sólo están los amigos, no hay nadie extraño, ellos son ahora la familia de Jesús como el mismo había dicho. Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. ¡Qué tristeza para Jesús! ¡Qué débiles y pecadores somos los hombres! Todos han visto los milagros de Jesús, sus acciones, su entrega, su servicio, han escuchado sus palabras, han compartido con él desde hace tres años todo, les ha abierto el corazón, ..., y sin embargo, Judas, un traidor por treinta pobres monedas, Pedro, un cobarde dentro de poco ante una criada y unos sirvientes, y los otros, todos huirán dejándolo sólo, todos menos Juan, el más joven. ¿Por qué anuncia el Señor la traición de Judas y la negación de Pedro y también la de los otros discípulos? Jesús no les echa en cara nada, pero sin embargo se lamenta como hombre ante la amistad defraudada. ¿Quizás quiere que ellos se den cuenta de lo que han hecho o van a hacer? Todavía están a tiempo de cambiar, de actuar de otro modo. Tal vez, el Señor quiere darles a conocer que conoce lo que han hecho o van a hacer, y quiere mostrarles que sin embargo los sigue considerando sus amigos a pesar de todo. Espera su conversión. Muchas veces también nosotros traicionamos o abandonamos a Jesús en muchos momentos de nuestra vida. Lo cambiamos como Judas por "treinta monedas", o lo que es parecido, por el que dirán, por quedar bien, por no parecer un beato, por unas horas más de cama, por una excursión, por un programa de televisión, por pereza, ..., ¡por treinta monedas! Por miserias dejamos a Jesús que se da cada día en la Eucaristía por nosotros. No tenemos tiempo para él, pero sí para nosotros y nuestras cosas, incluso para perderlo inútilmente, pero no para Dios. ¡Treinta monedas! Y como Pedro, ¡cuántas veces lo negamos! Somos creyentes pero nos avergonzamos de confesar nuestra fe. Callamos cuando tendríamos que hablar para defender al Señor, a la Iglesia, nuestra fe... ¡Cobardes! Sí, tú y yo, una y mil veces. Cuando llega el momento, la oportunidad de dar la cara por Jesús, corremos a escondernos, con miedo del mundo. ¿Tenemos miedo de que nos señalen con el dedo y nos digan que somos seguidores de Jesús como le sucedió a Pedro? ¿Te avergüenza que digan que vas a misa, que rezas, que eres amigo del cura, que das catequesis, ...? Queremos ser cristianos pero de incognito, de esos que no lo parecen, sin que se note. Amigos de Cristo pero sólo en lo fácil y en el triunfo, nunca en la dificultad ni en la persecución. ¡Señor, haznos valientes y decididos! Que sepamos llorar nuestras infidelidades a tu amistad y que como Pedro y los demás discípulos, sepamos arrepentirnos de nuestras traiciones y cobardías, y demos la vida por tí como tú la has dado por nosotros.