VIERNES SANTO


Hoy escucharemos de nuevo la lectura solemne de la Pasión según San Juan, como cada año,  la liturgia nos invita a meditar y a contemplar el momento cumbre de la entrega del Hijo de Dios por cada uno de nosotros. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo. Has sido rescatado al precio de la sangre de Cristo. Aquellos judíos presentes en el Pretorio dijeron a voz en grito que cayese la sangre del Justo sobre ellos y sobre sus hijos. Lo dijeron para forzar a Pilato a condenarlo a muerte y como una burla cruel ante el castigo del cielo que no esperaban, pues tan seguros estaban de la culpabilidad de Jesús. Y sin embargo dijeron lo que debían decir y nosotros los cristianos también decimos, aunque lo dijeron con otro sentido del que nosotros le damos. ¡Sí! Que caiga la sangre de Cristo sobre nosotros y nuestros hijos, generación tras generación, para que seamos purificados con la sangre del Cordero inocente de todas nuestras culpas. Su sangre nos ha redimido y nos ha liberado de la esclavitud del pecado como en tiempos antiguos, la sangre untada sobre las jambas de las puertas en Egipto, alejó de Israel la plaga del ángel exterminador. ¡Sí! Que esa sangre preciosa nos limpie de nuestros pecados y al mismo tiempo nos embriague de amor divino. En este precioso cuadro del pintor Nicolaes Maes (1634-1693), contemplamos la escena de Jesús ante Pilato, cuando éste, se lava las manos ante la condena a muerte del Señor. Pilato ha querido salvar a Cristo pues sabe que sus enemigos se lo han entregado por envidia. El gobernador distingue algo en aquel hombre que le inquieta y desconcierta. No es como los demás. Guarda silencio ante las graves acusaciones, responde con firmeza y señorío cuando lo hace y durante el interrogatorio da la sensación de que el reo se ha convertido en juez y el juez en reo. Mi reino no es de este mundo ha dicho Cristo, el poder que tienes sobre mí te ha sido dado de lo alto. También su esposa le ha advertido de que en sueños ha sufrido mucho por causa de este hombre y le ha rogado que no le haga daño. ¿Qué hacer? Pilato se encuentra en medio de una lucha de intereses, de una conspiración para acabar con la vida de Jesús. Sabe por experiencia que los testigos son falsos, comprados por unas monedas, que Jesús no ha hecho nada digno de muerte contra Roma, que todo se reduce a cuestiones y disputas religiosas entre los judíos, cosas que a él no le atañen a no ser que pongan en peligro la paz de la ciudad y de la provincia. El tumulto crece, las voces se encrespan y alzan, los dirigentes judíos le rodean con insistencia alzando sus puños y gritando una y otra vez sus acusaciones contra este hombre. ¿Qué hacer para soltarlo y apaciguar al mismo tiempo a estos hipócritas que pretenden forzarme a dar muerte a un inocente? La estratagema de querer soltarlo haciendo que eligiesen entre Jesús y Barrabas, un criminal de la peor calaña, no he servido nada más que para enfurecer más a la plebe. Ni siquiera el mostrar a Jesús azotado y coronado de espinas, ha servido para contentar al gentío y a los dirigentes del pueblo. Pilato duda, titubea, y los sumos sacerdotes y ancianos, astutos y expertos en reconocer tras el rostro del romano su incertidumbre y debilidad, le asestan el golpe definitivo. Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz, había dicho Jesús a sus discípulos. El mal es astuto como lo fue la serpiente, el padre de la mentira, ante Adán y Eva. Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Bien sabían ellos el punto débil de Pilato. Por la acusación de blasfemia, un asunto religioso, poco estaban consiguiendo de un romano pagano que despreciaba su Ley y a sus Profetas. No podían esperar que un incrédulo gentil se doblegara ante argumentos de fe, pero ante la tesitura de perder su puesto, de poner en juego su carrera política, eso ya es otra cosa. Todo el que se declara rey está contra el César. Este es el dardo que necesitaban para doblegar la voluntad del gobernador. Al fin Pilato cede. Ellos que odian al César, lo usan ahora como argumento contra Jesús. Pilato da por fin su brazo a torcer y condena a muerte a Jesús. La vida de un inocente no vale para él más que su buen nombre, que su puesto de gobernador de Judea, que su carrera política, que el temor al castigo por parte del César, si a éstos judíos les da por ir con sus denuncias a Roma. Pilato se lava las manos, y en este cuadro de Nicolaes Maes, mira al espectador, mira hacia el que contempla la escena como diciéndonos: ¿Y tú que hubieras hecho? Nosotros hacemos muchas veces lo mismo que Pilato. Nos lavamos las manos ante la injusticia, el mal y el pecado del mundo. Ante la muerte del inocente. ¡Cuántas veces entregamos a muerte a Jesús! La comodidad, el miedo al compromiso, el que dirán, los respetos humanos, los intereses personales, el egoísmo, la vanidad, lo bien visto, los cálculos y componendas de los hombres, la tibieza, el descreimiento, la frivolidad, la impureza, el orgullo, lo mundano, ... , todo puede más que la Verdad en nuestro juicio. ¿Y qué es la Verdad?, preguntó Pilato. Nosotros sabemos que la Verdad es Cristo, no nos lavemos las manos de nuevo ante él.

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