San Juan nos trasmite el relato del lavatorio de los pies por parte de Jesús a sus discípulos durante la Última Cena. Es un gesto de profunda humildad del Señor hacia ellos. El mismo Hijo de Dios se pone a los pies de los apóstoles para darles ejemplo de servicio. ¡Cuánto nos cuesta a los hombres dominar nuestra vanidad y nuestro orgullo! Nos cuesta rebajarnos ante los demás, humillarnos, ceder los primeros puestos y escoger el último, pasar desapercibidos, no contar para el mundo, ser discretos, callados, ..., y todo ésto por amor a Dios y al prójimo. Jesús no ha venido a ser servido sino a servir, sin embargo a nosotros nos gusta que nos sirvan, que nos respeten, que nos aplaudan, que nos alaben, que hablen bien de nosotros, queremos ser alguien, contar para los otros, que nos reconozcan nuestros valores y virtudes, que nos recompensen debidamente, que nos den el puesto que merecemos, ... ¡Qué lejos estamos de verdadero espíritu de Cristo! El cristiano no sigue el camino del mundo sino el de Cristo, y su camino es el camino de la humildad. Cristo, siendo Dios, se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Se despojó de su rango siendo de categoría divina, para pasar por uno de tantos, siendo Dios se hizo hombre, de Señor se hizo esclavo, se anonadó hasta el extremo por nosotros, para darnos vida. ¿Somos nosotros capaces de hacer ésto por los demás? Todavía estamos muy lejos de llevar con propiedad el nombre de cristianos, de discípulos de Jesús. Nosotros buscamos la honra de los hombres cuando lo que deberíamos buscar es hacer la voluntad de Dios. El Señor se pone a lavar los pies a sus discípulos. Una labor que hacían los criados de la casa con sus amos e invitados. Nadie importante o que se tuviera por ello, haría algo semejante, sería una humillación, un rebajarse a lo más ínfimo, era trabajo de esclavos, de siervos. Por eso Pedro se resiste y se escandaliza de que Jesús, su Maestro, el Señor, quiera lavarle los pies a él. Pedro sigue pensando como los hombres, pero no como Dios. También nosotros seguimos muchas veces pensando con los criterios del mundo y por eso no entendemos a Dios y vivimos una fe mundana, vacía, de tradiciones, hecha a nuestra medida y comodidad, una fe que no es fe. El verdadero creyente será siempre un loco para el mundo, un bicho raro, un excéntrico, un exagerado, ... Lo que pasa es que queremos una fe cómoda, una fe humana, que no chirríe, que no se note, que sea lógica, que esté bien vista, que sea "normal", racional, políticamente correcta, que se amolde al mundo y que el mundo la apruebe. Esa fe no es la fe de Cristo. Si fuera así el mundo no hubiese crucificado al Señor, ni perseguido a sus discípulos. Cuando te persigan, te calumnien, te señalen con el dedo, te insulten, te den de lado, te juzguen, se burlen, ..., porque sigues de verdad a Cristo, entonces podrás creer que vives de verdad la fe de Jesús. Quizás no entiendas ésto, quizás estés en contra de lo que lees, sino lo entiendes ahora lo entenderás más tarde. Pedro tampoco entendió el gesto humilde de Jesús. Lo que si entendió fueron las palabras que ante su negativa a ser lavado por él, le dirigió el Señor. Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Pedro entendía de amor. Amaba a Jesús y no podía soportar no tener nada que ver con Jesús. No entendía bien lo que Jesús quería hacer, pero ante la disyuntiva de ser lavado o ser rechazado por Jesús, respondió con espontaneidad y exageradamente como era él. No sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Todo lo que haga falta con tal de seguir en la amistad con Cristo. Así era Pedro. ¿Cómo somos nosotros ante el Señor? Jesús se pone a tus pies continuamente para que te dejes lavar por él. Quiere lavarte de tus pecados, purificarte, y sin embargo, te resistes, nos resistimos a ser perdonados por el Señor. No queremos reconocer nuestros pecados porque nos cuesta ser humildes y arrodillarnos ante el sacerdote que en ese momento es el mismo Señor. Nos cuesta ayudar porque no queremos que nadie nos ayude, nos bastamos a nosotros mismos, somos suficientes. No necesitamos consejos de nadie, ya somos mayores y sabemos de sobra lo que hay que hacer, ... ¡Qué lejos estamos de la verdadera humildad! Que sepamos entender este gesto humilde de Cristo y meditándolo nos de luz para vivir verdaderamente la fe.