ACUDID POR AGUA


La antífona de entrada de la misa dice: "Sedientos, acudid por agua -dice el Señor- venid los que no tenéis dinero y bebed con alegría." El Señor es ese agua que nos sacia a nosotros los sedientos. ¿Quién no tiene sed? Unas veces será la sed material de las cosas de este mundo, otras veces la sed de cariño, de ser comprendidos, de ser aceptados, de que nos escuchen, de ser felices, ... , y también y sobre todo, la sed de eternidad y de felicidad sin fin, que es Dios. Esa sed sólo la puede calmar el Señor, y lo hace gratis, sin pedir nada a cambio, por puro amor hacia ti. El te dice: "Ven a mí y sáciate de mí, bebe de mí con alegría y sin temor." El agua del Señor sanó mi enfermedad dice el canto. Es el Espíritu Santo que se derrama en nuestros corazones como un torrente en crecida. Es la visión de Ezequiel que contempla cómo desde el templo manaba agua hacia Levante. El agua del Señor, el agua de su Espíritu, el agua de su gracia que recibimos en los sacramentos y que va sanando y dando vida por donde pasa. "Bajarán hasta el Arabá y desembocarán en el mar, el de las aguas pútridas, y lo sanarán." La gracia del Señor sana nuestro corazón pútrido, lleno de pecados, y lo sanará con su misericordia. Allí donde desemboquen esas aguas habrá vida en abundancia, a su vera crecerá los árboles y darán frutos, no se marchitarán sus hojas, ni sus frutos se acabarán, su fruto será comestible y sus hojas medicinales... Así es aquel que se ha sumergido en el agua de la misericordia de Dios, que a sanado su corazón con la gracia del Señor, tendrá vida en abundancia, dará frutos de buenas obras, será alimento de vida y medicina para sus prójimos con el testimonio de su propia vida porque trasparentará al mismo Señor y hará sus mismas obras y aún mayores, como dice el mismo Cristo. La aclamación antes del Evangelio nos dice: "Oh Dios, crea en mí, un corazón puro. Devuélveme la alegría de tu salvación. En el Evangelio vemos como Cristo cura al paralítico que estaba junto a la piscina de Betesda. Tantos años aguardando que alguien le ayudase a entrar en el agua milagrosa y nadie se compadeció de él. ¿Cuántos están es esta misma situación hoy día? Esperamos el milagro pero no lo buscamos realmente en el único que lo puede hacer, confiamos en los hombres y en nuestros pensamientos, pero no en el Señor. Nadie se compadecía del paralítico, salvo Jesús. Se acercó a él y le preguntó: "¿Quieres quedar sano?". También en esta Cuaresma el Señor te dice lo mismo: "¿Quieres quedar sano?". La Palabra sola de Jesús obró el milagro: "Levántate, toma tu camilla y echa a andar". Y quedó sano. Jesús también te dice, nos dice, no lo pienses más, levántate de tu pecado, de esos que te tienen paralítico, de esos que te impiden seguirme más de cerca, acude a mi misericordia, al sacramento de la gracia, y echa a andar de nuevo y sígueme.

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