LUNES SANTO


El Evangelio de Juan nos sitúa en la casa de Lázaro, de Marta y de María, los tres hermanos que eran amigos íntimos de Jesús. La cena a la cuál asiste el Señor ocurre después de la resurrección de Lázaro. Era seis días antes de la Pascua. El evangelista hace incapié en esta referencia temporal porque María va a ungir simbólicamente a Jesús como anticipo de su sepultura. Estando Jesús a la mesa con sus discípulos, Marta servía y Lázaro estaba al lado del Señor, y María, la otra hermana, toma perfume y le unge los pies a Jesús. El evangelista precisa que era una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso. Toda la casa se llenó con la fragancia. Era un detalle de cariño hacia el Maestro, de amor limpio hacia el amigo. Lavar los pies y manos al invitado y perfumar su cabeza, era un gesto de hospitalidad y un honor que se dispensaba a aquellos a los que se estimaba. Los tres hermanos querían mucho a Jesús y se sentían muy honrados cada vez que el Señor se alojaba en su casa, también Jesús amaba a Lázaro, a Marta y a María. Eran detalles de cariño, de amor sincero, de fraternidad mutua entre los cuatro. ¿Cómo es nuestro trato con Jesús? Me gustaría saber tratar a Jesús con la misma dulzura, amistad, amor, sencillez, espontaneidad, cariño, intimidad, cercanía, fraternidad, ..., con que lo trataban aquellos tres hermanos. Jesús desea ser tratado de esta manera, como un amigo, no como un juez riguroso, como un dios lejano, distante, como una visita inoportuna y molesta, no quiere que le tratemos por compromiso, por costumbre, por tradición, por rutina, ... ¡Qué fríos somos a veces los hombres con Dios! El Señor estaba muy a gusto en casa de Lázaro, de Marta y de María, porque allí había amor. Se amaban los unos a los otros de corazón. Jesús se encontraba entre amigos y podía por eso descansar y ser el mismo, sin protocolos, sin mantener las distancias, sin el corsé de lo políticamente correcto, ... No olvidemos que Jesús es también hombre. ¡Qué a gusto me siento yo también entre los amigos sinceros! Dice la Escritura que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Por eso Jesús a sus discípulos les llama amigos en la última cena, porque les ha abierto su corazón sin temor. ¡Qué importante es la amistad verdadera! Dios quiere nuestra amistad, no nuestra servidumbre, ni nuestra esclavitud. Los santos son los amigos de Dios. Tú y yo estamos llamados a ser sus amigos. Y sin embargo, a la mesa, no todos eran amigos sinceros. Judas, uno de los discípulos, recrimina abiertamente la actitud de María. El evangelista pone cuidado en decir sin rodeos que Judas Iscariote, era el que lo iba a entregar y que además era un ladrón y que no le importaban nada los pobres. Judas se quejó del despilfarro de trescientos denarios que costaba el perfume y que bien podían habérselo dado a los pobres. ¡Cuántos dicen ésto mismo de forma distinta a veces! Usan a los pobres para criticar con dureza a la Iglesia. ¿Para qué tanto templo, tantas joyas, tanta riqueza que tiene la Iglesia? Es posible que en parte tengan razón y que debemos ser más austeros todavía y desprendernos de aquello que es superfluo e innecesario, pero sin caer en extremismos, pues una Iglesia sin medios tampoco podría socorrer como lo hace a los pobres y necesitados. Judas criticaba aquello que él mismo no vivía. También muchos de los que critican a la Iglesia su riqueza quizás tampoco son capaces de repartir lo suyo a los pobres, ni tan siquiera de compartirlo. Hay que huir de la tentación de la crítica descarnada, del pesimismo radical, de oponerse a todo por sistema, de ver solo el lado malo de las cosas, de estar siempre enjuiciando todo y a todos, de querer dar lecciones a diestro y siniestro, de ponerse uno mismo como ejemplo y modelo, de querer aparentar lo que realmente no somos, de creernos mejores que los demás, de creer que lo sabemos todo, de opinar sobre todo, de querer decir siempre la última palabra, ... Señor, ayúdame a ser humilde, que no caiga en la tentación de la soberbia y en el lazo del orgullo. María simplemente se dejó llevar por el amor hacia Jesús, por su cariño hacia él. No pensó, ni calculó, ni midió, ni sopesó, ni planeo, ni dudó, ..., sólo amó y por eso acertó. Judas sin embargo se equivocó. ¡Cuántas veces soy como Judas! ¡Señor hazme ser como María!

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