El Evangelista Juan, el discípulo amado de Jesús que reclinó su cabeza contra el pecho del Señor, nos transmite la profunda conmoción del Maestro ante la traición que inmediatamente va a anunciar durante la cena de Pascua. Jesús ama a todos sus discípulos como verdaderos amigos y así los ha tratado siempre, dándoles a conocer todo lo que el Padre le ha dado. Jesús es un amigo fiel y sincero, leal, ... , por eso la traición de sus amigos es lo que más profundamente hiere su corazón de hombre. Quien alguna vez haya sido traicionado por un amigo al que consideraba como tal, puede entender lo que sufrió y sintió Jesús en la Última Cena. Dios se da por entero a los hombres, nos da todo su amor, y sin embargo los hombres, sus amigos, les devolvemos traición tras traición con cada uno de nuestros pecados. Pedro, ante el anuncio de Jesús de que uno de los discípulos le va a entregar, le hace señas a Juan para que le pregunte por quién lo decía. ¡Ah, Pedro! Tú piensas que no eres tú, que el traidor es siempre otro, que tú eres bueno y el mejor de todos, el más valiente y decidido de todos los discípulos. Cuántas veces caemos también en esta tentación de Pedro, de creernos mejores que los demás, de pensar que las palabras de Jesús no van con nosotros, que yo no, es imposible que yo sea un traidor, pero de los otros, no pongo la mano en el fuego por nadie. Cuando Jesús anunció la traición seguramente pasaron por la cabeza de Pedro, uno tras otro, todos los discípulos, y él los fue juzgando y examinando. Yo no soy, Juan seguramente no, quiere demasiado a Jesús para ser él, mi hermano Andrés descartado, Santiago es impulsivo pero de ahí a entregar a Jesús, y además por qué motivo iba a hacerlo, Felipe siempre andaba preguntando por todo a Jesús, pero no puede ser tampoco él, Mateo, el recaudador no me cayó siempre bien, no me fiaba de él al principio, un cobrador de impuestos al servicio de Roma, hay que estar loco para aceptar a alguien así en nuestro grupo, pero Jesús lo acogió con cariño y parece que no le importaba nada su pasado, Simón el cananeo es un exaltado, odia a los romanos pero desde que conoció a Jesús y él lo admitió como discípulo abandonó la lucha armada, no me lo imagino vendido a Jesús a los romanos, ... ¿quién podrá ser? Pedro y los demás juzgarían en su interior a los otros como lo hacemos también nosotros tantas veces. Si hay un traidor siempre es el otro, nunca nosotros. ¡Cómo voy a ser yo un traidor a Jesús! Y sin embargo en la mesa hay no un sólo traidor, sino más traidores. Judas que vendió a Jesús por treinta monedas y lo señaló con un beso. ¡Amigo, con un beso entregas al Hijo del Hombre!, le dirá el Señor en Getsemaní. Judas, el amigo, el honrado Judas, el servicial Judas, que así era tenido por todos, pues con esa plena confianza se le había hecho depositario de la bolsa de todo el grupo. Judas, el traidor. Así ha pasado a la historia. Pero cuando marcha Judas, Jesús señala otra traición, quizás más dolorosa, la de Pedro. Antes que el gallo cante, me negaras tres veces. Pedro, el valiente, el primero de todos los apóstoles, la roca, y ahora, también traidor a Jesús. Muchas veces juzgamos a los demás y no nos damos cuenta de que quizás nosotros también tenemos esos mismos pecados o peores incluso que los otros. Y si no los tenemos ahora, quien sabe si caeremos en ellos en un momento u otro. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pedro juzgó y le venció la curiosidad de saber quien era el traidor, el malo, pero más tarde comprendió que él también lo era, de otro modo quizás, pero también traidor, abandonando y negando a Jesús, su amigo, en el momento más duro y difícil, y todo por cobardía, él que se tenía por valiente ante todos y por duro. Por eso Pedro cuando cantó el gallo, recordó todo ésto y saliendo afuera, lloró amargamente. lloremos también nosotros estos días por las veces que creyéndonos mejores que los demás traicionamos a Jesús por nuestras cobardías, por nuestra tibieza, por nuestras infidelidades, por nuestros pecados y egoísmos. En la mesa había más de un traidor: Judas, Pedro, los demás discípulos que huyeron dejando solo al amigo, ..., y también tú y yo, que nos sentamos a la mesa de la Eucaristía y que a pesar de llamarnos amigos de Cristo lo traicionamos una y otra vez. ¡Señor, te misericordia de nosotros!
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