AGUA VIVA


En este domingo tercero de Cuaresma Jesús se nos presenta como agua viva, un surtidor que salta hasta la vida eterna. El pecado, la lejanía de Dios, reseca y endurece el corazón. Por eso el salmista nos dice: "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón". Necesitamos la gracia de Dios que es como el agua que brota de la piedra hendida por Moisés y que sacia la sed del Pueblo. La misericordia de Dios es nuestra salvación, pues transforma nuestros corazones de piedra en corazones de carne que puedan alabar y bendecir al Señor. Esa gracia es don del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones como nos dice San Pablo en la segunda lectura. Jesús muriendo por nosotros, siendo impíos y pecadores, nos abre a la esperanza de la salvación. El Bautismo, baño regenerador y fuente de agua viva, nos limpia del pecado original, nos hace hijos de Dios y miembros de su Iglesia. Es el agua que promete el Señor a la Samaritana junto al pozo de Jacob. Cristo es el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a los patriarcas de Israel. El es el mesías que estaba anunciado y que tenía que venir al mundo. El nos bautiza no con un agua que sólo calma la sed material, sino con el don del Espíritu Santo, un nuevo nacimiento que nos da la vida eterna y que calma la verdadera sed espiritual del corazón del hombre.

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