¿Cuál es la medida de nuestro amor y de nuestra entrega a Dios y al prójimo? Es importante que meditemos sobre ésto. La medida que nos enseña Jesús es la medida del amor del Padre. ¿Podemos nosotros alcanzarla? Dios lo puede todo. Es la confianza en su acción en nosotros la que nos abre a esta esperanza. Jesús dice en el Evangelio: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". Necesitamos la compasión nosotros mismos pero también necesitamos ejercerla. Un corazón compasivo se inclina ante las necesidades de nuestros prójimos, especialmente de aquellos que sufren en su cuerpo o en su espíritu por diversos males y causas. Dios es compasivo y misericordioso, dice la Escritura. Quien es compasivo tiene un corazón verdaderamente de carne y no de piedra. Hay que poder conmoverse ante la indigencia de los hombres, indigencia material y espiritual. Dios se compadeció de nuestro extravío porque andábamos como ovejas sin pastor y nos entregó a su único Hijo para enriquecer nuestra indigencia con toda clase de bienes espirituales. Jesús nos enseña a ser así compasivos como lo es el Padre y lo es también el Hijo y el Espíritu Santo. Quien es verdaderamente compasivo no juzga ni condena, sino que perdona y da. Jesús en la cruz hizo ésto mismo, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". No nos juzgó ni nos condenó, sino que pidió para nosotros el perdón y nos dio su espíritu, la vida y la salvación, "sangre y agua" que brotaron de su costado abierto. Imita a Cristo. La medida que uséis, la usarán con vosotros.
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