El ayuno también se nos propone como un medio para la conversión cuaresmal, pero un ayuno, que como dice Jesús, no lo debe notar la gente sino nuestro Padre que ve en lo escondido. Ayunar es muy importante porque nos hace ver que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Hay que morir a uno mismo y vencer nuestros apetitos desordenados y el ayuno es una buenísima arma para ello. El ayuno nos ayuda a ofrecer a Dios nuestro sacrificio y mortificación en lo referente al alimento, nos recuerda que el pan de cada día es un don de Dios, como pedimos en el Padrenuestro, y además nos hace caer en la cuenta de que con nuestras privaciones voluntarias ponemos el corazón en lo permanente y eterno y no en los bienes pasajeros de este mundo. Pero el ayuno no debe ser sólo de alimentos en esos días que la Iglesia nos pide tradicionalmente, tenemos que ayunar también de todo aquello que nos separe del amor de Dios y del prójimo, es el ayuno del corazón. ¡A cuántas cosas se apega nuestro corazón! Dice Jesús que dónde está tu tesoro allí está tu corazón. Muchos tienen el corazón, su deseo, no en Dios, ni en su Reino, sino en el mundo y en sus cosas. Hay que desapegar el corazón de lo que ocupa el lugar debido a nuestro Padre Dios. Si tu corazón está lleno del mundo no dejas a Dios que sea su rey. ¡De cuántas cosas superficiales e innecesarias podemos ayunar! Que ayune también tu corazón de ellas y se alimente de Dios.
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